domingo, diciembre 28, 2025
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La generación literaria que perdí en el camino

¿Qué tan difícil es hacer literatura desde los pueblos alejados de las capitales? ¿La crítica literaria y el canon son centralistas? ¿Qué debe hacer un escritor para ser considerado dentro de una generación? Este testimonio del poeta Robert Jara nos da algunas luces.

Durante mi época universitaria [1990 – 1996], como un paria, solía recorrer los distintos lugares de Trujillo buscando actividades culturales (muestras pictóricas, recitales, presentaciones de libros, etc.). Vivía, aunque asolapado, enamorado de la literatura; y aunque estudiaba física, vivía refundido en la biblioteca central de la UNT y la biblioteca de la Facultad de Educación devorando libros de humanidades. 

Y así fue, mientras yo me perdía anónimamente entre el público, soñando con algún día estar en la mesa de presentación, los poetas de mi generación –David Novoa, Miguel Ángel Pajares, Luis Cabrera Vigo, Lizardo Cruzado, Manuel Medina Velásquez, Juan Villacorta– lo vivían plenamente. Ya eran (re)conocidos; habían ganado premios importantes, habían publicado libros y fungían de columnistas en los periódicos… Por entonces eran muy sonados los premios Poeta Joven del Perú y Lundero, por ejemplo. Los poetas de mi generación viajaban como juveniles estrellas de rock, de pueblo en pueblo. Era como si yo y los de mi generación viviéramos en mundos paralelos: yo entre el público, ellos entre los escritores; yo en el anonimato, ellos en el ojo público.

Estos mundos se tocaron cuando cuatro de mi generación –la trujillana– llegaron a Guadalupe, invitados por Antonio Escobar. Fueron, sino mal recuerdo, David Novoa, Miguel Ángel Pajares, Luis Cabrera Vigo y Duncan Cedano. Ofrecieron un recital en la plaza mayor de Guadalupe, en el local del Tigres Club. En esa actividad logré colarme, no como poeta, claro, porque aún no salía del closet literario y no había publicado nada, sino como cantautor. Recuerdo que en el intermedio canté un par de mis canciones. Años después, cuando ya logré meterme en la escena cultural trujillana, y me topé con ellos, les pregunté sobre el suceso en Guadalupe; y me di con la sorpresa de que casi no lo recordaban; obviamente, ellos a mí no me recordaban, ni tenían por qué hacerlo; pues cuando nos cruzamos, yo, literariamente hablando no existía; mientras ellos lo habían ganado todo; así son los gajes y las asimetrías de la memoria.

 Por aquella época yo empecé a frecuentar a Antonio Escobar, y nos hicimos amigos, a pesar del puente de años que se tendía entre nosotros. El acercamiento se dio por dos razones básicas: Antonio era el poeta de Guadalupe; y, qué coincidencia, ambos vivíamos en Semán. Por aquel entonces yo estudiaba en Trujillo. Los fines de semana, cuando volvía a Semán, iba la casa de Antonio, que quedaba a un par de minutos de la mía. Y nos envolvíamos, bajo los mangos del huerto, en largas tertulias literarias, sazonadas ya con una cervecita, ya con una chichita o un clarito. Cuando la confianza se cimentó, me animé y le pedí a Antonio Escobar que me prestara algunos libros de su ataviada biblioteca para llevarlos a mi casa y poder leerlos con calma, debajo de mis sauces.  Desde entonces, generosamente, me prestaba sus libros por lotes de seis o cinco, cada vez. Ni bien terminaba de leerlos, los devolvía; pero solo para volver a casa con otro lote. Recuerdo que cruzaba con orgullo la pampa de polvo, que separaba nuestras casas, con mis libros bajo el brazo. 

Si bien se tendió una amistad con Antonio Escobar, lo acosé por largo tiempo con mi “yo escribo”, antes de mostrarle alguno de mis poemas. Él, amablemente, me acosaba también con su “a ver enséñame”. El miedo a que me dijera que lo que pergeñaba con cariño no valía nada, me desanimaba, fungía como un mecanismo de autodefensa, de freno. Y así lo acosé, nos acosamos, hasta que cierta noche mientras tomábamos un traguito en el comedor de mi casa, a la luz de la lámpara de kerosene, mientras mi mamá preparaba la cena, en un momento de flaqueza, me escapé a mi cuarto, escogí un poema, ¡no recuerdo cuál!, regresé, me paré delante de Antonio Escobar y le dije: lee. Y leyó, pausadamente; luego, levantando el vaso, simplemente, me dijo: loco, tienes leña, salud; antes de esto, para Antonio había sido, sin lugar a dudas, solo un apasionado lector.  



Mientras mi generación literaria proyectaba su obra desde Trujillo, la capital de la cultura; yo apenas intentaba salir airoso del closet literario desde mi natal Guadalupe; mientras mi generación ostentaba premios y libros, yo ostentaba el anonimato y algunos poemas a mano en hojas sueltas. Y si bien tardíamente salí del closet literario y recién el año 1996 publiqué mi primera plaqueta (Cantata al trio heroico), este humilde suceso editorial –que deslucía despiadadamente ante el libro– se quedó encerrado entre las paredes de Guadalupe como un secreto. Esto último permitió que, en términos prácticos, para los de mi generación, la trujillana, yo continuara siendo un desconocido, un poeta nonato. Y claro está, como los balances y cánones literarios siempre han sido centralistas, y el centro siempre ha sido Trujillo, qué duda cabe, dimané, casi naturalmente, excluido de la generación del ´90.

Mi afán por sacar mi poesía de Guadalupe me insufló la osadía de visitar a Rogelio Gallardo, el mítico poeta de guayabera y llanques. Ataviado de un manojo de poemas escritos a mano fui a buscarlo; lo encontré en la esquina de Pizarro y Orbegoso. Tras una breve conversa, le entregué mis poemas. Quedamos que volvería por su comentario, pero la muerte truncó los planes. Tiempo después, con la osadía en ristre, plaqueta en mano (Cantata al trío Heroico) fui a buscar a Juan Francisco Paredes Carbonell a la UNT, donde era docente principal. Le expliqué el motivo de mi visita, y luego le alcancé mi humilde poemario. Tras una breve lectura, me invitó a participar de un recital en el teatrín de humanidades. Si bien fui osado, por partida doble, fue lo más grande que hice por tratar de difundir mi poesía en La Capital de la Primavera. Pero, lamentablemente, terminé la universidad y volví a vivir en Guadalupe, donde seguí escribiendo y participando de la movida literaria de resonancia local. El 97 fundé El Grupo literario Namul, que lideré hasta enero del 1998, cuando viajé a Puerto Rico a realizar estudios de postgrado en Física. Este suceso contribuyó significativamente a que yo y mi generación literaria siguiéramos creciendo en caminos paralelos, y a que mi generación no supiera de mi trabajo. 

En Puerto Rico permanecí hasta el 2006. Aunque llegué con la cándida convicción de que no haría literatura, para no descuidar mis estudios formales y no perder la beca, terminé haciendo más literatura que nunca. En Mayagüez (1998 – 1999) formé parte de La Asociación Latinoamericana de Literatura, que difundía la revista Singuayuco. En Río Piedras (2001 – 2006) formé parte del colectivo literario El Sótano 09631, que remeció la escena literaria de la isla en la década del 2000, y que publicaba la revista del mismo nombre. Volví al Perú el 2006. Si bien el 2010 me instalé en Trujillo, no fue hasta a mediados del 2011, con la publicación de mi primer poemario (a lo grande) Nostalgia de barro, que empiezo a dar mi grito de existencia en la ciudad que siempre me había parecido tan lejana, tan elitista, tan esquiva; no obstante, claro está, y a las pruebas me remito, mi trabajo literario había permanecido corriendo en un camino paralelo al de mi generación.

Quizá este trajinar insular y paralelo al de mi generación literaria, debido a las circunstancias aquí descritas a grosso modo, crearon la atmósfera perfecta para que de algún modo yo luciera como un improvisado, un advenedizo, un colado, que de pronto, y de la nada, se entromete adonde no pertenece, adonde nadie lo ha invitado. Esto explica, también, por qué no resulta sencillo incluir mi nombre en la lista de los poetas de la generación del 90. Y lo digo porque no cesa de parecerme extraño ver mi nombre, al fin, junto al de los preclaros poetas de esta, para mí, huidiza generación. ¿Dónde? En el índice de Edición Extraordinaria. Antología general de la poesía en La Libertad (1918 – 2018) de Bethoven Medina.

Antonio Escobar, Bethoven Medina y Robert Jara en Semán. Presentando el libro «Edición Extraordinaria. Antología general de la poesía en La Libertad«.

PROMOCIÓN 1990

HETEROGENEIDAD E IDEOLOGÍAS

Tomás Ruiz 313; David Novoa 318; Miguel Ángel Pajares 321; Luis Cabrera Vigo 324; Lizardo Cruzado 327; Manuel Medina Velásquez 333; Robert Jara 340.

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