domingo, diciembre 28, 2025
Buen Par, el podcast de Conexión Norte
InicioOpiniónSobrino, yo no me quiero morir

Sobrino, yo no me quiero morir

En esta sentida semblanza, nuestro columnista Robert Jara rinde homenaje a la gratitud y la nostalgia, recordando a sus familiares muy queridos que viajaron a otra dimensión. En realidad, es una muestra de que las palabras sí pueden atrapar al tiempo.

A mis tíos Medi y Aguchín, en nombre de los hijos que nunca (es)tuvieron

Mi tío Medi ha (sobre)vivido, (desde) siempre, a punto de ampollas y pastillas; a él no lo vi como a mi abuelo, andar siempre con su martillo en la mano, sino con sus medicamentos. Mi tío Medi ha (sobre) vivido, desde siempre, a punta de medi-camentos; esta singular curiosidad léxica marcaba, en realidad, su designio.

Y, claro, esto no es novedad, dirán los que frisan una edad avanzada; pero sucede que en caso particular el “siempre” no es figurado, es ―casi― literal; pues, mi tío, al que nunca conocí sano, fue desde muy joven un enfermizo a tiempo completo; tanto así, que verlo sin sus medicamentos, ya caseros, ya farmacéuticos, habría sido realmente extraño.

En fiestas patrias fui a visitar a mi tío Medi, sin imaginar siquiera que esta fugaz visita sería la última. Hoy, a los pocos días, que me anotician que ha muerto, al fin lo sé. Hoy lo velan, mañana lo entierran, y la Lima gris y la esclavitud moderna no me dejarán asistir a su funeral. Qué remedio, lo imaginaré, tal como ya lo estoy haciendo. Cuando lo vi tendido en su cama, más enfermo que de costumbre, recuerdo que le bromeé con el afán de subirle los ánimos: No te mueras, tío, ah; no te me mueras, en diciembre nacerá mi primer hijo y quiero que lo conozcas, que juegues con él. Miró la hinchada y puntiaguda barriga de mi esposa, que estaba junto a mí, al pie de la cama, y sonrió. Cogió una cápsula de la mesita, la metió en su boca, y, ayudándose con un sorbo de agua, se la pasó. Aj, dijo, sacudiendo su pequeña y enjuta cabeza. Tras un breve silencio, con voz entrecortada, acotó: sobrino, yo no me quiero morir; aunque sea con mi bastoncito me gustaría seguir caminando por ahí. Me apuñalaste el corazón, tío; tragué saliva y lágrimas, por aquello de no desanimarte. Haciendo modos, extendiste tu chupada mano y acariciaste levemente la barriga de tu sobrina. Y, entonces, más que nunca relumbró la contradicción, aunque dolorosa, fundamental, en el oscuro y diminuto cuarto, donde apenas cabía tu chirriadora cama:  La vida por irse, la vida por venir. La muerte, la vida. Como tratando de no aceptar la ley de la vida, en ese preciso instante, te imaginé, tío, caminando por ahí, y no solo con tu bastoncito, sino también con tu alforja de medicamentos colgada a tu hombro. Pero, ya ves, tío, ni conocerás en diciembre a tu sobrino, ni caminarás por ahí con tu bastoncito; ni caminarás por ahí con tu alforja de medicamentos. Tío, la muerte es sorda, indolente, dictadora.



Desde aquel “sobrino, yo no me quiero morir”, tío Medi, no he podido evitar preguntarme: ¿hasta cuándo crees que tu hermanito Aguchín, tu yunta, por inercia, correrá asustado hasta la farmacia? Sí, porque eso hace mi tío Aguchín, a la hora que fuera, cuando en tu alforja no encuentra el medicamente que calma tu dolencia. ¿Hasta cuándo crees que tu hermanita Rafaela te llorará a solas en la huerta de la casa? Sí, porque eso hace mi mamá cuando te agravas y escasea el dinero, o el medicamento no te hace efecto. ¿Hasta cuándo crees que tu hermanito Pablo vendrá a echarte un ojo, en su moto, a toda velocidad? Sí, porque eso hace mi tío Pablo cuando lo anotician que has recaído. Tío, ¿sabes?, si tu estadía se alarga, se alarga también el sufrimiento de tus hermanitos; aunque también se alarga el gozo por seguir abrazándote. ¡Oh, qué dilema! Por esto será, tío, que huyo de las respuestas, aunque llegarán de todos modos. El gozo y el sufrimiento son un dúo ineludible, con garantía de acero. Por esto será, tío, que soslayo el doloroso dilema pensando en lo mucho que te llorarán y extrañarán, ¡qué duda cabe!, los médicos y los propietarios de las farmacias cuando tu anhelo se haga añicos. Sé que hubieras sonreído, al menos, con ganas de mi última ocurrencia.

Tío, no imaginas cómo duele saber que sabías que te estabas muriendo, pero que no querías morirte: sobrino, yo no me quiero morir; aunque sea con mi bastoncito me gustaría seguir caminando por ahí. Pero ya ves, tío, ni el lomo triste de Aguchín, ni la exigua propina de Rafa, ni el veloz viaje de Pablo, ni los rezos, ni los medicamentos, pudieron alargar tu anhelada estadía, ni postergar más tu cachacienta cita. Tu Dios, tío, se había cansado de esperarte.

Tío, te he visto aferrarte tanto a la vida que si yo fuera Dios no hubiera tenido corazón para llevarte conmigo. A Dios, tío, adiós.


Negritos, dos.

Farmacéutico más oxidado

desvívese por su paciente de carrizo

y albañilería trueca en irremediable farmacia

adormece queja

Farmacéutico más apolillado

sonríe leve

trágico

por su paciente asqueado de medicamentos

cuando lo exhuma en gerundio

Farmacéutico religioso suda crónicas horas

[humanidad en hospital humanidad en convento]

y primavera

y abarrota farmacia

desmantelada por lotes a consulta de fe

No farmacia: ¡la cuerda familiar se hubiera podrido raudamente!

Negritos, dos: farmacias ambulantes siempre a punto de clausura

Lima, agosto de 2008

spot_img
ARTÍCULOS RELACIONADOS
- Advertisment -
Google search engine
spot_img

ÚLTIMAS NOTICIAS

spot_img

Comentarios recientes