domingo, noviembre 24, 2024
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Paul Auster y la escritura: Sobre cómo aprender a vivir con la ambigüedad

Este mes nos dejó el escritor estadounidense Paul Auster, a los 77 años, víctima de un cáncer pulmonar. Aquí un texto dedicado a la memoria y la obra -a través de la vivencia personal- de quien es uno de los autores norteamericanos más celebrados de los últimos tiempos.

Escribe: Jorge Hurtado

Al terminar de leer La Invención de la Soledad, era irremediable no leer furiosamente todo lo que haya sido escrito Paul Auster hasta ese momento. Ese breve libro autobiográfico está compuesto por dos partes. En la primera, El Retrato del hombre invisible, Auster intenta a través de la escritura resolver la ausencia de su padre. “Ha habido una herida abierta y ahora me doy cuenta de que es muy profunda. Y el acto de escribir, en lugar de cicatrizarla como yo creía que haría, ha mantenido esta herida abierta”, escribe siendo consciente que escribir no es una terapia. Que nada se resuelve, sino se ahonda en el abismo que existe entre uno mismo y las personas. En la segunda parte, El Libro de la Memoria, es el escritor en su cuerpo, en su posición desarraigada del mundo y sobre cómo el azar construye una forma de narrativa en la memoria personal que se vuelca en su mundo ficcional futuro. Este libro se convirtió en el testimonio de alguien que cruza una línea desde la cual ya no se retorna jamás: asumir la escritura como el único ejercicio posible para encontrar su propia humanidad y su relación con los otros seres, como Auster lo menciona en Una Vida en Palabras, dándolo todo de sí, en un esfuerzo total, sin marcha atrás.

(Al final de la primera parte de La invención de la soledad, Auster imagina a su hijo Daniel dormido en su cuna y se pregunta cómo sería ese hijo preguntándose por su padre. Más de cuarenta años después, este hijo fue acusado del homicidio de su hija de diez meses, hallada muerta con una sobredosis de heroína y fentanilo. Días después de su arresto, Daniel se suicidaría con una sobredosis de droga. Y aquí no obró ningún azar, solo aquella certeza de la muerte, como los versos de Mallarmé que transcribe en su libro: “no — no/ dejaré la nada/ padre — siento/ que la nada/ me invade”. La historia de padres e hijos, cerrada de una extraña manera para el escritor. Azar, memoria y ambigüedad que se transforman en un infierno cotidiano).

Auster apareció en mi vida de lector en la misma época que leía al escritor chileno Roberto Bolaño. En ese momento encontré una referencia entre estos dos autores, quienes a su vez reconocían una herencia de escritores como Samuel Beckett y Georges Perec. Tanto Auster como Bolaño, habían vivido a salto de mata durante la juventud, bajo el amparo de una existencia desarraigada como poetas, como si asumir la poesía fuese entregarse a una especie de martirologio para encontrar la tierra prometida al final de un desierto, aunque no siempre se llega se llegue a ese lugar donde todo está resuelto. En Auster, aparecen detectives circunstanciales que no llegan a resolver nada, y en Bolaño, los detectives se atraviesan como si su única voluntad sea extraviarse en las páginas, en una geografía extraña. Aunque Paul Auster gozó de fama literaria mucho más joven que Bolaño, ambos generaron legiones de lectores fervientes por hacer de sus vidas aquello de lo que leían: encontrar en la realidad lo extraordinario.

Por unos años, ambos se convirtieron en esos anti héroes literarios que no solo cuentan historias, sino que ponen en tensión y en jaque a la narrativa de las novelas totales que llenaban las estanterías de cierto canon narrativo o de la literatura latinoamericana de las últimas décadas del siglo XX, y que fluctuaban entre el realismo y, lo que el mercado llamó, el realismo mágico. Para ambos la literatura era un territorio aun por explorar. Sobrepasaron aquella delirante afirmación sobre la muerte de la novela, demostrando que en sí había muerto una forma de novela que ya no funcionaba para nuevos lectores.

(Aunque Paul Auster, en uno de sus últimos libros se embarcó en un proyecto de escribir su “novela americana”, un Gran Relato de su país, que es “4 3 2 1”.)

Con la muerte de Paul Auster, es inevitable no hacer una pausa y repasar nuestras afinidades y qué aprendizajes aun conservamos de todo lo leído, a lo largo de nuestra vida de lectores. Leer es un ejercicio de reconocimiento. En las páginas de la ficción encontramos la posibilidad de encontrarnos, pero también de extraviarnos, de darle una sacudida a nuestras certezas, e ingresar por esa puerta que significa a su vez un sinfín de puertas dentro del laberinto que albergamos en nuestro interior. Leer es un ejercicio de placer, sin duda, pero no es un disfrute gratuito ni superficial, sino que requiere una exigencia y disposición para empezar un viaje sin boleto de retorno.

Desde La trilogía de Nueva York hasta su último libro de ficción, Baugartner,  publicado durante las idas y venidas a las salas de emergencia por el agresivo cáncer pulmonar que lo fulminó, Auster mantuvo siempre la conciencia que el acto de escribir es poner en la tensión en sus procesos y los métodos de escritura más allá de sus límites. Esto es para él la literatura: una invención llena de artificios, verosímiles o no. Pero, además, como el mismo lo manifiesta, el hecho de escribir no es una acción meramente individual, sino que obedece a muchas voces, a manifestar mediante las palabras una especie de memoria colectiva. Y desde estas posiciones, exploró en su ficción ese enorme territorio de la ambigüedad de la experiencia humana, en la cual tenemos que aprender a desplazarnos, con muchas preguntas y escasas respuestas. Y Auster lo hace sin perder sus grandes inquietudes respecto a lo que significa lo verdadero, lo problemático del lenguaje, lo azaroso de la cotidianeidad y la contingencia de la realidad. 

“Y si esto es mucho pedir, entonces que se me otorgue su memoria, un modo de volver a este instante en la oscuridad nocturna que volverá a devorarme. No estar en otro lugar que no sea este. Y el vasto viaje sin fin a través del espacio. En cualquier lugar, como si todos y cada uno de los lugares estuvieran aquí. Y la nieve cayendo sin fin en la noche invernal”

(Paul Auster murió el 30 de abril, a las 18:58 horas, en la ciudad de Nueva York, que siempre recorría en sus páginas para cerciorarse que nunca era idéntica. La escritora Siri Hustvedt escribió en un extenso mensaje en Instagram: “Murió en casa en la habitación que amaba, la biblioteca, una habitación con libros en cada pared, desde el suelo hasta el techo, pero también altas ventanas que dejaban entrar la luz”. Auster se mostró estoico hasta el final, e incluso quería morirse contando un chiste. Esto es aprender a vivir con ambigüedad. Aceptar las contingencias, sin hundirnos en el abismo que somos y seremos…)

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