jueves, noviembre 21, 2024
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«Matar» al padre

Hace nueve años, el argentino Ricardo Gareca asumió la dirección técnica de Perú y empezó a liderar un plantel de futbolistas e incluso un país entero. Pero un día Gareca se fue, la hinchada dejó de creer y la selección dejó de ganar. No sabemos vivir sin él, y por eso hay que aniquilarlo. No literalmente, sino de manera metafórica.

Escribe: Víctor López

El Perú es un país huérfano. Siempre lo fue. No ha existido ni existe autoridad que pueda con nosotros y con nuestra idiosincrasia. Somos jodidos. Pero, paradójicamente, cada cierto tiempo reclamamos la presencia de una figura paterna, no para obedecerle, sino para desafiarla, como si inconscientemente quisiéramos demostrarle que -en el fondo- no lo necesitamos. Como no sabemos qué es un padre, no sabemos cómo ser buenos hijos, no sabemos ser adultos, y seguimos siendo un país estancando en una adolescencia rebelde y aparentemente sin causa.

Pero hace nueve años, el argentino Ricardo Gareca se puso el buzo de director técnico de la selección peruana de fútbol y empezó no solo a dirigir a un plantel de futbolistas de élite sino a un país entero. Gareca fue la voz de nuestra conciencia: “¡Pensá, Perú, pensá!”.

Pero un día Gareca se fue y volvimos a ser el país de siempre, sin fe, sin esperanza; la hinchada dejó de creer y la selección dejó de ganar. Y desde entonces no sabemos vivir sin Gareca, por eso hay que matarlo. Pero no matarlo literalmente sino de manera metafórica, tal cual lo explicó Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, hace más de cien años. Para este genio nacido austríaco, matar al padre significa madurar y afirmarse por fin como adulto, es terminar de asimilar al niño que tenemos dentro para empezar a mirar al padre como realmente es, sin culparlo ni idealizarlo.

Matar al padre significa dejar de depender de él de todas las formas posibles, es ser agradecido pero al mismo tiempo aceptar que su función con nosotros (sus hijos) terminó, es cerrar el círculo de amor que tenemos con él, es dejarlo en el pasado para recordarlo para siempre. Y eso es precisamente lo que tiene que hacer la actual selección peruana con Gareca. Hoy en el AT&T Stadium de Arlington-Dallas, los huérfanos del “Tigre” Gareca -apoyados por el nonno Fossati- deberán derrotarlo para demostrarle que ya no lo necesitan más.

Pero Gareca, entrenador de la selección de fútbol chilena, conoce más a Perú que al propio Chile, y esa es una gran ventaja para el entrenador argentino, quien sabe perfectamente hacia dónde se va a lanzar Gallese cuando le ejecutan un penal, sabe cómo se le debe provocar a Zambrano para calentarle la cabeza, conoce las limitaciones de Callens, es consciente de la tibieza de Peña, sabe cómo hacer que la velocidad de Advíncula le juegue en contra, es consciente de que Perú no tiene un 10 de jerarquía y que Lapadula sin pelota no representa ningún peligro para cualquier defensa.



Entonces, ¿cómo ganarle o siquiera empatarle a Chile si en este momento no tenemos un solo jugador que sea capaz de desnivelar un partido? La respuesta es una sola: desde lo colectivo. El Perú de Fossati es todavía un equipo en construcción que se está armando de atrás hacia adelante: las únicas líneas que han convencido hasta el momento son la del arco -con un Gallese impecable- y la línea de tres del fondo con Callens, Zambrano y Araujo, la que además tiene dos buenos recambios con Abram y Corzo.

Del mediocampo hacia arriba es donde empiezan las preocupaciones, comenzando con la ausencia de Renato Tapia en el mediocampo. En su lugar entrará Cartagena, un jugador menos versátil y de pase corto, quien tendrá como socios en el medio a Sergio Peña por la derecha y a Piero Quispe por la izquierda, formando los tres una especie de triángulo. Peña es técnico, táctico pero sin explosión ni protagonismo mientras que Quispe todavía es muy ligerito como para resistir el peso de la camiseta número 10.

La expectativa de Perú debería entonces encontrarse por las bandas con Luis Advíncula abierto por la derecha y con Marcos López abierto por la izquierda. No queda otra opción; si Perú va a esperar a Chile, el contraataque tiene que ser veloz, tal como lo dicta el manual, porque Perú por el medio todavía no tiene los cables conectados para hacer ese fútbol de toque corto y pícaro que nos caracteriza. Advíncula y López en función ofensiva tendrán que salir lo más rápido que puedan para que alimenten con buenos centros a Lapadula o a Flores, quienes al parecer serán los dos elegidos para pilotear el ataque ante “La Roja”.

Un duelo aparte se verá en la pizarra entre ambos técnicos: dos viejos zorros aunque uno más viejo que el otro: Fossati y Gareca. El padrastro que pasó a ser nuestro abuelo querido y nuestro ex padre que se fue con la vecina de al lado. Qué complicados somos los peruanos, porque al final de todo, el Perú-Chile es solo un partido de fútbol.

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