Escribe: Omar Aliaga
¿En qué momento Diego Bazán pasó de ser aquel joven emprendedor y promisorio líder juvenil, a este defensor domado de los intereses más oscuros dentro del Congreso de la República?
¿Cómo fue que envejeció tan rápido y tan mal, en el sentido más profundo del término? ¿En qué momento se jodió, se hizo tan rancia esa joven promesa?
Porque la transformación ha sido veloz, aunque quizás no tanto, solo que no habíamos visto bien.
Conocí a Diego Bazán, como varios periodistas trujillanos, en sus primeros años juveniles, cuando se mostraba como un muchacho bonachón, campechano y soñador. Provenía de la CHAP aprista, pero fue candidato a la alcaldía de su distrito, Laredo, siendo aún veinteañero, por el movimiento que lideraba el coronel en retiro Elidio Espinoza.
Algo de lo que ahora vemos en el actual Diego Bazán se reveló, sin embargo, por esos años: fue funcionario municipal en la gestión del entonces alcalde Elidio Espinoza, pero se fue rápidamente del cargo en medio de un ambiente enrarecido, dejando ciertas dudas.
La Cámara de Comercio lo llegó a reconocer como el empresario joven del año. Fundó el restaurante campestre Laredo Grande y manejó la franquicia de la transnacional Subway. Se quería comer el mundo, el buen Diego. Pero parece que finalmente se quería comer algo más.
Llegó al Congreso en el año 2022 por Renovación Popular. Se pasó, al toque, a la bancada de Avanza País, pero acaba de regresar al partido de Rafael López Aliaga. Una jugada electorera.
Hace poco votó a favor de la impunidad de los militares y otros que hayan cometidos crímenes de lesa humanidad, a través de ese condenable proyecto que plantea la prescripción de esos delitos.
Y, ahora, Diego Bazán se ha convertido en un representante henchido de los intereses más rancios, en un danzante que se mueve al ritmo de las fuerzas brutas y oscuras del Congreso.
Su historial más reciente es una retahíla de escandalosos despropósitos. Y no, no nos referimos a sus intentos de convertirse en galán de feria desde la vanidad del poder, a sus guiños de ojito y ofertas desde el WhatsAPP a vedettes ya retiradas. El asunto es otro.
Diego Bazán integraba la comisión congresal que debía investigar las contrataciones de empresas chinas con el Estado peruano, pero renunció a ella para poder aceptar un viaje a ese país oriental con todo pagado.
Hace poco votó a favor de la impunidad de los militares y otros que hayan cometidos crímenes de lesa humanidad, a través de ese condenable proyecto que plantea la prescripción de esos delitos ocurridos hasta el año 2002, y que sin duda tiene varios nombres propios: uno de ellos, el del mismo Alberto Fujimori.
En la aprobación de la ley que impone modificaciones a la definición de organización criminal y que perjudica, según muchos especialistas, la lucha contra el crimen organizado, Diego Bazán optó por emitir un voto de abstención en la Comisión Permanente del Congreso. Un voto de abstención que es como votar a favor o hacerse el desentendido y silbar mirando el techo. La ironía es que el congresista liberteño es uno de los más enfáticos al reclamar resultados en la lucha contra el crimen.
Seguramente Bazán volverá a postular en el 2026, esta vez para diputado. Seguro tendrá más poder y hasta más recursos para esa campaña, no lo dudo. Pero queda claro cuál es su impronta, sus compañías, sus intereses. La gente lo juzgará, como ya lo está juzgando desde ahora.