Escribe: Omar Aliaga
El candidato republicano y expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, estuvo a un centímetro de morir por una bala, literalmente, hace pocos días. El atentado, ocurrido el sábado 13 de julio, trajo a la opinión pública los magnicidios ocurridos en los Estados Unidos. Pero en el Perú también tuvimos tres de estos magnicidios, de manera particular uno fue impactante por la conmoción que produjo.
El 30 de abril de 1933, el presidente Luis Miguel Sánchez Cerro cumplía un acto público en el hipódromo Santa Beatriz, hoy Campo de Marte, en Lima. En realidad, acababa de pasar revista a un grupo de tropas que debían partir hacia la guerra con Colombia que se realizaría entonces, cuando sufrió un ataque sorpresivo.
Sánchez Cerro murió de dos balazos, uno de ellos en el corazón. Agonizó durante dos horas. Pero el ataque no fue muy inesperado, finalmente. El contexto que precedió a este magnicidio es el siguiente.
Violencia y sed de venganza aprista
El año 1931 se instaló la Junta Nacional de Samanez Ocampo, que convocó a elecciones generales, en las que triunfó Luis Sánchez Cerro, el militar que justamente había sido el artífice de la caía Augusto B. Leguía.
Parecía que la estabilidad llegaba, pero esta no duró mucho, pues el rival de Sánchez Cerro en las elecciones, Víctor Raúl Haya de la Torre, líder del flamante Partido Aprista Peruano, de tendencia antiimperialista y de inspiración anarcosindicalista, no reconoció la victoria del sanchecerrismo e incluso acusó un fraude.
Hubo entonces una oposición férrea del Apra, y el gobierno respondió de la manera más violenta, violando las leyes, lo que ocasionó una verdadera guerra civil, que tuvo su punto más candente en la revolución de Trujillo de 1932, en donde Sánchez Cerrón ordenó una represión sangrienta pocas veces vista en nuestra historia.
De hecho, un año antes de ser asesinado, Sánchez Cerro sufrió un primer atentado con arma de fuego a manos de un fanático aprista que respondía al nombre José Melgar.
Aquel 30 de abril de 1933, tras pasar revista a las tropas, Sánchez Cerro se retiró en su vehículo, un automóvil descapotado, en medio de los aplausos de la gente. Se situó en el asiento trasero del coche, en el lado derecho; al lado de su primer ministro, José Matías Manzanillas. El vehículo avanzaba lentamente, en medio de la multitud.
Fue en ese momento cuando un joven, que después fue identificado como Abelardo Mendoza Leyva, cruzó el cordón de gendarmes, se precipitó hacia el coche presidencial, y sujetándose en la capota, disparó con una pistola varios tiros por la espalda sobre el presidente.
Ante esto, el chofer aceleró el automóvil, el cuerpo del joven victimario cayó y fue acribillado por la escolta presidencial y por los miembros de la Casa Militar que estaban en el otro automóvil.
¿Fue un verdadero complot?
Abelardo Mendoza Leyva era un joven militante aprista, natural de Pasco y de 19 años de edad. La dirigencia aprista negó cualquier participación en el magnicidio, sin embargo, grupos de apristas reivindicaron al asesino de Sánchez Cerro como un «héroe» en los años posteriores.
Muchos años después, Armando Villanueva del Campo, en su libro «La gran persecución», escrito en coautoría con el periodista Guillermo Thorndike, reconoció que hubo un complot armado en el asesinato de Sánchez Cerro. Dijo que en este complot participó un sector del partido aprista, del que formaba parte Leopoldo Pita.
De hecho, un año antes de ser asesinado, Sánchez Cerro sufrió un primer atentado con arma de fuego a manos de un fanático aprista que respondía al nombre José Melgar, cuando asistía a misa en una iglesia de Miraflores, el 6 de marzo de 1932). Fue la primera advertencia, la primera clarinada de lo que sería su tráfico final.
