Escribe: Omar Aliaga
Cuando en la noche del lunes 7 el concierto de Libido merodeaba aún la primera media hora, Toño Jáuregui, bajista y uno de los líderes de la banda, decidió hacer uso de la palabra en medio de una pausa. Recordó en ese momento que Trujillo fue la primera ciudad, después de Lima, que los acogió con brazos abiertos como grupo de rock. Pero hizo una acotación de disconformidad:
«¿Qué pasa? Los veo un poco callados».
Como si Toño Jáuregui hubiese invocado un flashback, seguramente no pocos de los presentes (los cuarentones) recordaron esos primeros conciertos en el Club Libertad, en 1998 y 1999: eran intensos, con algunas miles de personas menos, pero casi todos saltando y gritando como posesos.
Ahora él, Toño, junto a Salim Vera, Manolo Hidalgo y Jeffry Fischman comprobaban que estamos en otros tiempos. En Trujillo. Este no era el Club Libertad sino el Club Trujillo, había más gente, otra gente, más lleno, todos con celulares en mano capturándolos, más que coreando y saltando con las canciones.
Hasta ese momento, habían sonado canciones como «Tres», que rompió fuegos con sus guitarras y la voz de Salim in crescendo; «Invencible», con su estilo de hit de brit-pop; otra de corte británico, «No será lo mismo sin ti»; la solvente «Respirando»; la alternativa «Espermato»; entre otras más.
Entonces Salim Vera cogió la guitarra electroacústica y los primeros acordes indicaban lo que venía. Era el turno de «Como un perro», esa canción que se convirtió en uno de sus mayores éxitos nacionales, y la cosa cambió. La gente se olvidó un poco al menos de los celulares y empezó a entregarse al concierto.
Como si la separación les hubiese sentado bien, dio la impresión todo el tiempo que los integrantes del grupo la estaban pasando de maravilla, disfrutando cada momento del concierto, cada canción como si fuera la última.
Dueños de la noche
Aunque Libido siempre estuvo un paso adelante del resto de su generación en cuanto a profesionalismo, puesta en escena, imagen y búsqueda de la excelencia en sus presentaciones, la verdad que en su primera etapa nunca llegaron a ser brillantes. Llegaron a estar en la cúspide, impusieron su música en la juventud y salían en MTV, pero aún se les podía considerar erráticos hasta el día de su separación como banda.
La noche del lunes 7 de octubre en Trujillo, sin embargo, demostraron que los años no habían pasado en vano, que las limitaciones (logísticas, de sonido, incluso musicales) ya no eran las de antes. El sonido fue impecable, como impecable fue la sincronización de las luces y el show propiamente dicho.
Como si la separación les hubiese sentado bien, dio la impresión todo el tiempo que los integrantes del grupo la estaban pasando de maravilla, disfrutando cada momento del concierto, cada canción como si fuera la última. Salim Vera estuvo exultante, piedra de toque de una banda que se sentía dueña de la noche, su noche. No sabemos si era solo la emoción o, como dijo el mismo cantante meses atrás, todo tenía su razón de ser en la plata.
Lo cierto es que ese entusiasmo se notó incluso en las canciones más densas y menos populares de la banda. «Tu rostro» sonó como si acabara de salir del horno grunge noventero. La canción que tanto sonó en su momento en MTV, «Frágil», hizo saltar al respetable mayoritariamente juvenil con su elíptico guitarrazo. Y cuando tocaron «Universo», se sintió tan viva con la progresión de su guitarra y los falsetes de Salim, que a algunos nos hizo olvidar que el tema es una «fotocopia» en blanco y negro de Radiohead.
Un cierre apoteósico
Para los asistentes seguramente la aparición de la voz de Pedro Suárez se quedará en la memoria como uno de los momentos más épicos del concierto de Libido. Dio pase a un momento estelar con el uso del cajón a manos de Jeffry, donde brilló «La casa de los gritos» (¡qué tema tan inusual en la carrera de la banda!) y «Sed», ese poema de un amigo del grupo que se inmortalizó en el primer disco.
Siguieron los clásicos, los himnos del rock peruano de fines de los noventa y los primeros dos mil. La balada «No voy a verte más» lució embellecida por los vientos, embebida de resonancias líricas pese a que su (bobalicona) letra -lo sostengo por enésima vez- no le hace mucho honor.
«En esta habitación» fue otro momento de clímax. «Cicuta», de su primerísima etapa, también estalló entre saltos inesperados. Y el cierre inevitable fue con la canción que le da nombre a la banda y que tiene la estructura (¿copiada?) de las canciones de Pixies y Nirvana: «Libido». Fue un final apoteósico.
Cuando el concierto terminó, cuando la gente empezó a salir en tropeles de satisfacción en esa noche estelar, quedaba flotando una idea meridiana sobre las cabezas: habíamos asistido a uno de los conciertos más memorables de rock que se recuerden en Trujillo.