Escribe: Luis Vega
Cuando se estrenó The Exorcist, la reacción del público fue visceral. Sobreviven reportes de colapsos nerviosos y desmayos, servicios higiénicos obstruidos por vómito, ambulancias a disposición de cada una de las funciones e incluso abortos espontáneos. Estos relatos —ya sean exactos o macabramente embellecidos por el tiempo— le dieron forma a una leyenda de la que todos querían formar parte: The Exorcist se convirtió en la película más taquillera de 1973, e incluso hoy, tres décadas después, los cinéfilos acuden a verla si la oportunidad se presenta (como en el reestreno del 2023).
Sin embargo, el nuevo público generalmente se topa con una inusitada sorpresa: el filme maldito no les asusta. La sensibilidad moderna, encallecida por un sinfín de terrores cinematográficos, es incapaz de entender la locura de antaño.
The Substance («La sustancia», en español) es el remedio para nuestra frigidez de asombros, o la última cepa del virus del morbo que barrerá con cualquier defensa. Ningún estreno comercial reciente ha horrorizado e intrigado al público como la película de Coralie Fargeat —la saga Terrifier, que pronto lanzará su tercera entrega, lo intenta y se comercializa en base a ello, pero su violencia acartonada es mucho más tolerable—, la cual continúa llenando butacas tras su tercera semana en cartelera.
Así pues, parece acertado equiparar su éxito (o fenómeno) con el del clásico de William Fredkien. Este se nutría del conservadurismo religioso de la época; The Substance explota el horror corporal para inducir similar efecto en el menos espiritual público moderno. No obstante, la comparación se cae al cuestionarse los méritos de ambas películas. The Exorcist hoy ha perdido su capacidad de asustar, pero su calidad artística se mantiene intacta; merece seguir descubriéndose. The Substance, por otro lado, es horrible de la manera que Fargeat no pretendía: un filme lamentable.
«The Substance» no evoca a una pesadilla, sino la fantasía de quien pareciera odiar a todo el género humano.
La película, como el monstruo escondido tras la foto de Demi Moore, se camufla torpemente de sátira feminista, pero pronto se revela por lo que es: una mezcolanza perversa de misoginia y misantropía. Coralie Fargeat envía a su protagonista directo al infierno por el único pecado de un temor comprensivo, es decir, dejar de ser querida; es fácil imaginar a la directora riendo y aplaudiendo en la primera fila del carnaval sangriento de los últimos minutos porque para entonces se había perdido cualquier noción unificadora y solo permanecía el disfrute malsano; a diferencia del trabajo de los referentes de Fargeat —Cronenberg, Lynch, Carpenter—, The Substance no evoca a una pesadilla, sino la fantasía de quien pareciera odiar a todo el género humano. El llamado Nuevo extremismo francés nos ha dado filmes notables (Titane, de Julia Ducournau, es mi favorita personal); sin embargo, exponentes como The Substance me animan a pensar que es un camino al desastre.
Lo que más me asusta de The Substance es el futuro que anuncia. Nuevos horrores siempre surgirán, para la tranquilidad de los aficionados a las emociones fuertes, pero pongo en entredicho si estarán conducidos por verdadero interés humano. La experiencia por la experiencia nunca es suficiente. El morbo es barato. El cine ya no es una feria. Con más urgencia que nunca, deberíamos preocuparnos por lo que nos metemos a los ojos.
[Calificación: 2/10]