Escribe: Eliana Pérez Barrenechea
[En memoria de Blanca Reyna Lara (20 años, Virú) y de Sheyla Cóndor Torres (26 años, Lima), últimas víctimas de feminicidio.]
En los últimos años hemos seguido sumando feminicidios, denunciando las violencias de género y las cifras siguen en un mismo rango. La estadística da buenos titulares, pero no es suficiente para concientizar. Es solo la punta del iceberg de un problema con raíces profundas e invisibilizadas, porque mirar en lo profundo es incómodo, porque nos interpela sobre las causas del continuo de violencia que no terminan en responsabilidades individuales, ni de las familias como entes aislados.
Reparar en qué nos resistimos a cambiar como sociedad y por qué el Estado peruano y sus instituciones no han promovido cambios en las raíces del problema, nos lleva a mirar cuál es la institucionalidad que tenemos y a la cual reclamamos. Una estructura frágil y vulnerable, que después de la dictadura fujimorista ha tratado de fortalecerse con el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, la Política Nacional de Igualdad de Género, el Programa Nacional Aurora y la Ley N°30364, pero que han resultado insuficientes.
Dina Boluarte no es nuestra aliada, ella representa la traición, incluida la de género, pues de su régimen en alianza con un Congreso machista, han venido los golpes más duros contra la diversidad de mujeres, niñas y adolescentes.
Por ello, hoy debemos enmarcar la reflexión del 25 de noviembre en el contexto de crisis política, destrucción del Estado de derecho y violencia generalizada que vive el Perú, en el que las soluciones fáciles que se dictan son el autoritarismo y el conservadurismo. No cedamos el debate a las posturas que solo reclaman pena de muerte, militarización y más criminalización, mientras conservan la misma estructura patriarcal, y siguen destruyendo el marco normativo que apenas habíamos logrado.
En el Perú de hoy es más que pertinente recordar que el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres nace del feminicidio de las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal cometido por la dictadura de Leónidas Trujillo en República Dominicana en 1960, porque no hay nada más patriarcal que un régimen autoritario y violento, aunque lo conduzca una mujer. Dina Boluarte no es nuestra aliada, ella representa la traición, incluida la de género, pues de su régimen en alianza con un Congreso machista, han venido los golpes más duros contra la diversidad de mujeres, niñas y adolescentes.
Y ahora, ¿qué nos toca?
Organizar nuestra rabia, legítima y necesaria para resistir. No callar ante el miedo, agruparnos y movilizarnos pese a las amenazas, levantar la cerviz, denunciar, incomodar. No esperamos nada del actual régimen, ni de sus aliados policiales, castrenses y políticos como el gobernador regional apepista de La Libertad, César Acuña. Contra ellos y a pesar de ellos, seguiremos organizándonos en nuestras colectivas y en las calles, cuidándonos entre compas, hasta que caigan el pacto mafioso del momento y pacto patriarcal del Estado y la sociedad peruana.
¡Por las que silenciaron y nos arrebataron, ni un minuto de silencio, toda una vida de lucha!