Escribe: Jorge Tume
Con el lanzamiento internacional de su novela Le dedico mi silencio (LDMS), el pasado octubre, Mario Vargas Llosa depuso las armas novelísticas y le dio fin a una carrera de casi 60 años como ficcionador, con veintiún novelas a cuestas.
LDMS (que no es su último libro) da cuenta de dos personajes centrales. Uno es Lalo Molfino, rescatado a los pocos días de nacido de un basural de Puerto Eten por el cura italiano Molfino. Este, asumiendo los riesgos sociales, lo adoptó, le dio su apellido y educó. Años después, ¡vaya coincidencia!, Lalo encontró su primera guitarra en un basurero y se convirtió en «el mejor guitarrista del Perú».
Cierto día, Toño Azpilcueta, «erudito de la música criolla», escucha a Molfino tocar la guitarra y queda deslumbrado. Entonces, decide escribir, con todas sus fuerzas, un libro sobre este personaje y sobre la música peruana con la intención de hacer «un homenaje póstumo al guitarrista y un aporte para solucionar los grandes problemas nacionales».
‘Vargasllosianos’ en acción
Abordamos a cinco confesos admiradores de nuestro Nobel de Literatura, para que nos den sus primeras apreciaciones sobre Le dedico mi silencio. A la pregunta directa a la yugular de si les gustó la novela, las respuestas fueron sorpresivas. El escritor, periodista y docente Luis Eduardo García nos dijo que le gustó, pero era consciente de que no es una novela que pertenezca a su mejor periodo creativo. «Sus mejores libros los escribió hace mucho tiempo», reflexionó.
Señaló que los puntos débiles son los que corresponden a un novelista que ha perdido la fuerza y la energía para coronar sus ambiciones. Sin embargo, retrucó: «A Mario Vargas Llosa, valgan verdades, no le reprocho nada literariamente, siempre será para mí un modelo a seguir».
Domingo Varas Loli, docente universitario y fervoroso vargasllosiano, nos dice que al hacer un balance de la novela se hace más evidente que se trata de una novela prescindible que marca una regresión en la novelística del Nobel de Literatura. Y señala dos errores capitales de LDMS.
El primero es el anacronismo en el tratamiento del punto de vista y el manejo de la persona literaria. «Vargas Llosa, que había sido capaz de proezas técnicas como manejar una docena de diálogos paralelos en diversos espacios y tiempos o de inventar un personaje colectivo (el barrio) en Los cachorros, retrocede al personaje entrometido y antipático que funciona como el alter ego del autor».
El segundo es la elección del tema: la utopía que salvará al Perú; el vals y su función integradora que permitirá unir a los peruanos. «Parece una parodia de la huachafería. Por momentos dan ganas de llorar o de reírse con sorna ante la candidez de la propuesta de solución a males tan complejos e inveterados como son los que conmueven a nuestro país a lo largo de su historia», confiesa.
Por su parte, el escritor Teodoro Alzamora confesó que la novela no satisfizo las expectativas a las que Mario Vargas Llosa lo tenía acostumbrado. «Considero que los personajes de la novela no tienen la contundencia, verbigracia, del Jaguar, de Zavalita, de Lituma», cavila.
Y si hay alguien que todos los días piensa en Vargas Llosa, ese es Ernesto Ortiz Burga, un docente y activo comunicador. Él nos respondió que «la publicación de un libro de nuestro Nobel es en sí misma una fiesta de la literatura». No se le veía muy convencido, pero no se atrevió a blasfemar.
Otro acérrimo de Vargas Llosa hasta las lágrimas, el abogado y buen lector Miguel Torres Reyna, dijo que le gustó, pero aclaró que no es el gusto estético absoluto que se suele encontrar al leer sus grandes novelas totales como Conversación en La Catedral o La Guerra del Fin del Mundo.
«Es un gusto distinto y especial; un gusto parecido a la ternura o a la nostalgia que siempre se genera cuando uno regresa a los lugares queridos, a pesar de que estos han cambiado», nos dice.
Cuenta que no tenía muchas expectativas por esta novela, porque Vargas Llosa últimamente venía haciendo novelas menores. Entre los puntos flacos menciona que el manejo del lenguaje es muy literal y con poquísimo alcance poético. «Y una estructura formal demasiado sencilla que la emparenta con la literatura de consumo, teniendo en cuenta que estamos hablando del autor de La Casa Verde», lamenta.
«Parece una parodia de la huachafería. Por momentos dan ganas de llorar o de reírse con sorna ante la candidez de la propuesta de solución a males tan complejos e inveterados como son los que conmueven a nuestro país»
Los aciertos
Luis Eduardo García afirma que Vargas Llosa siempre tiene aciertos, pues es un maestro de la novela. Y uno de los aciertos de LDMS, asegura, es la construcción de los personajes.
Domingo Varas plantea que uno de los escasos aciertos es la parodia verbal que mima a la huachafería. «A lo largo de la obra chirrían expresiones como ‘Nicho de palpitaciones populares’ (los callejones), ‘arterias de la vida nacional’, ‘he oído bruñir la guitarra’, ‘sismógrafo que mide las vibraciones del alma nacional’, el uso del adjetivo ‘ínclito’ en ‘el ínclito Lalo Molfino’, entre otras perlas de la huachafería; perdonen que caiga en el mismo vicio», sostiene.
Ernesto Ortiz concluye que entre los aciertos está esa relación tan especial del Nobel y el Perú. Además de la ya mítica investigación que despliega el escritor antes de emprender un proyecto literario. «En su última novela se muestra muy confesional y por eso se diría que es una novela entrañable», sostiene, emocionado.
Para Miguel Torres Reyna hay pocos aciertos en la novela. Al igual que Luis Eduardo García nos dice que quizá el más importante es la construcción del personaje principal; un hombre mediano que aspira a cambiar su realidad y a mejorarla, que llega a rozar conseguir una transformación personal y cierta forma de éxito y que termina, irremediablemente, fracasando. «Este tipo de personajes, jodidos por la vida y por el Perú, son el principal legado de Vargas Llosa y aquí nos deja uno más y de los grandes», asegura.