Escribe: Luis Vega
¿Quién es el mejor director de cine de la actualidad? Esa pregunta, como todas sus semejantes (mejor película de la historia, mejor actor, mejor personaje), roza lo imposible; quienes se apresuran en responderla por lo general son los menos adecuados para intentarlo; los que sí están capacitados tendrán que invertir una copiosa cantidad de tiempo y esfuerzo para hallar una respuesta satisfactoria o, simplemente, llegarán a la sana conclusión de que es un empeño pueril e irrelevante, que descartarán sin más.
Sin embargo, en el acto perezoso, como para salir al paso, de responder la incógnita inicial mencionando por encima a algunos candidatos notables —yo nombraría a Ozon, Petzold, Gray, Hamaguchi y Reichardt—, surgirá con toda justicia el nombre de Hirokazu Kore-eda, realizador japonés que viene fascinando al mundo desde hace tres décadas. Monster, su última película, brilló con más fuerza que ningún otro estreno del 2023 (con la posible salvedad de Cerrar los ojos de Víctor Erice).
Kore-eda emula la técnica de perspectiva múltiple de Gus Van Sant con una importante diferencia: mientras que en Elephant esta representa la imposibilidad de entendernos a un nivel más profundo (en esa película no hay respuestas, solo preguntas), Monster la emplea para configurar los universos privados que sus personajes habitan. Dichos espacios herméticos resultan incomprensibles y aterradores a ojos ajenos, pero son perfectamente lógicos y naturales para sus correspondientes dueños.
La verdad que el cineasta nos comparte es acaso más urgente y esquiva en nuestros tiempos fragmentados: ¿Qué es un monstruo? Un ser humano del que solo vemos una parte.
¿Cuáles son los muros que les dan forma? El más evidente es la edad. Un adulto y un niño no caminan la misma tierra (recuerdo la excelente Un Monde de 2021). El otro importante para la historia es el oficio que se ejerce, reflejado en el constante desacuerdo entre la madre y los profesores. También son barreras la reputación, el cotilleo, la aceptación del grupo y los prejuicios personales; tanto y tan poderoso es lo que nos separa de nuestros semejantes que pareciera que nunca llegaremos a entendernos.
Los niños alcanzan la hazaña: comparten un universo. Antes del último acto, la corta perspectiva de los adultos los dibuja como un par de monstruos, un temor real si entendemos a la niñez como la etapa que marca la posibilidad de violencia e incomprensión. Un niño de por sí es difícil de leer; un niño sensible parece un libro cerrado. Minato y Yori logran comunicarse, liberarse de sus cárceles, gracias a su vínculo incipiente. De esta forma Monster aboga por el amor (en su más tierna expresión) como remedio final contra la mentira y el miedo.
La verdad que el cineasta nos comparte es acaso más urgente y esquiva en nuestros tiempos fragmentados: ¿Qué es un monstruo? Un ser humano del que solo vemos una parte.
[Calificación: 10/10]