Escribe: Omar Aliaga Loje
«La verdadera bondad del hombre solo puede manifestarse con absoluta limpieza y libertad en relación con quien no representa fuerza alguna. La verdadera prueba de moralidad de la humanidad, la más honda (…), radica en su relación con aquello que está a su merced: los animales. Y aquí fue donde se produjo la debacle fundamental del hombre, tan fundamental que de ella se derivan todas las demás».
He recordado mucho este fragmento de la novela La insoportable levedad del ser de Milan Kundera desde la noche del último viernes 9, cuando los trujillanos primero, y todos los peruanos después, nos quedamos totalmente destrozados por la noticia y las imágenes de un sujeto que asesinó a una pequeña perrita de nombre «Blanca», quien quedó sin vida en el pavimento.
Y he pensado mucho en eso que resalta el narrador de la novela: «la debacle fundamental del hombre«. En este caso: la debacle trujillana.
Porque sí: las imágenes terribles de este cruel asesinato contra un ser indefenso que tuvo la desgracia de chocarse en el camino de ese sujeto, nos muestran algo aún más hondo. Ese hecho del viernes por la noche es también un síntoma de la degradación de una ciudad, de una sociedad que ha engendrado la crisis de inseguridad y corrupción que vive.
Es decir: la crisis moral de toda una sociedad.
Yo lo tengo claro: si el crimen ha escalado en nuestra tierra del modo en que lo ha hecho, es porque buena parte de nuestra sociedad así lo ha permitido, directa o indirectamente. La noche del viernes 9, sin embargo, se rompió otro límite. Se cayó aún más bajo.
Síntoma de una degradación
Hace tiempo que pienso en esto. Como periodista y también como ciudadano. La situación de Trujillo, de La Libertad, tiene también una explicación en su propia gente. El crimen no crece solo, necesita de aliados, de soldados dispuestos a apuntalarlo, a alimentarlo, de una u otra forma. No vino nadie a inventar esta crisis. No vino una mano endemoniada a ponernos una «bomba» con el sello delictivo. Y tampoco la crisis es única responsabilidad de una persona en particular, por más autoridad o poder que tenga.
En una democracia, en una sociedad libre o que pretende serlo, los ciudadanos asumen responsabilidades reales, de modo que los avances, los logros y los retrocesos son también sus hechuras. Son reflejo de sus actos y omisiones.
Yo lo tengo claro: si el crimen ha escalado en nuestra tierra del modo en que lo ha hecho, es porque buena parte de muestra sociedad así lo ha permitido, directa o indirectamente. Lo ha tolerado. Lo ha avalado. Lo ha ayudado a crecer. Con acciones u omisiones.
La noche del viernes 9, sin embargo, se rompió otro límite. Se cayó aún más bajo. Una perrita pequeña, indefensa, inocua, fue asesinada a golpes brutales, a manos de un individuo enfebrecido, termocéfalo, que le quitó la vida a punta de golpes contra el pavimento.
El sujeto tiene por nombre Luis Esteban Daza Lozano. Tiene varias denuncias en Fiscalía por agresión y robo. Y, de acuerdo con la versión de la ex enamorada, estaba furioso porque ella no quiere regresar con él y lo ha rechazado. La pequeña «Blanca» tuvo la desgracia de encontrarse con el sujeto en cuestión en ese momento febril que sacó a flote su bestialidad.

Un pedido de perdón
El rostro de candor de la pequeña perrita se ha viralizado en las redes sociales con unas alas de ángel que la han inmortalizado y que ha incrementado el dolor, la rabia y la impotencia de muchos no solo en Trujillo, sino en todo el país. Y no es para menos. «El cielo ha ganado un angelito», o «No merecías morir así, pequeña», son algunas frases que se ha leído en estas horas.
La noche del viernes regresé tarde a casa. Y, como siempre, al abrir la puerta, «Nina», la pequeña de raza cockapoo que siempre me espera, saltó hacia mí ni bien me vio asomar. Sacudido por la dolorosa noticia, afectado por esos hechos luctuosos, me arrodillé para abrazarla y no pude evitar ponerme a llorar, descorazonado, desconsolado.
Quizás fue una manera de pedirle disculpas a «Blanca», a «Nina» misma, en nombre de todos. Disculpas por esta debacle que Vallejo llamaría «el odio de Dios». Disculpas porque la degradación de nuestra ciudad ha cometido el horrendo crimen de matar a un ángel.