Escribe: José William Pérez Jiménez
Los siglos pasan y los mitos persisten. Los motores de la historia siguen siendo las promesas que, a manera de válvulas, atan biografías al futuro. Entre muchas, destaca la dulce promesa de la magia: provocar efectos esfumando las causas. De esta veta salieron clásicas formas del ser social. Entre sus reliquias, por ejemplo, se hallan la pretensión terrenal de restituir el paraíso adánico perdido, o los diversos esclavismos. De más reciente data, brilla la ensoñación de la mano invisible del mercado que entroniza al capital e invisibiliza el trabajo como fuente de riqueza.
Los súper dispositivos tecnológicos actuales amplifican el convencimiento de que los bienes y servicios, como en el árbol de la magia, aparecen solos, sin costos ni esfuerzos. En los libros de esta contabilidad postmoderna, si no desaparecen, se maquillan las tablas laborales. El engranaje de la explotación del capitalismo voraz, transita encubierto por la fuerza que posee la locomotora de la Automatización basada en la Inteligencia Artificial (AIA).
Como se puede apreciar, el desplazamiento de la IA en todo campo humano prontamente encendió recelos en torno a la oferta-demanda laboral. Hay quienes subrayan que la AIA más que desempleos afectará a la calidad del empleo; otros, vaticinan que las consecuencias serán menos graves en la periferia y más drásticas en el primer mundo; incluso, fisicalistamente, se arguye que el trabajo no se destruye, solo se transforma.
Lo cierto es que, el máximo logro de la AIA es haber profundizado la explotación laboral con el agravante de volverla más sutil, vale decir, estéticamente cuasi invisible.
Sin embargo, y retornando la línea de las aspiraciones de la nigromancia contemporánea, a la par de los recelos, también emergen las devociones en la AIA, creyendo haber hallado en esta automatización, la piedra alquímica hacedora de mercancías sin costes humanos. Lo cierto es que, el máximo logro de la AIA es haber profundizado la explotación laboral con el agravante de volverla más sutil, vale decir, estéticamente cuasi invisible. Hoy, en las avenidas de la gran virtualidad, se esparcen creencias celebratorias que, tras los dispositivos electrónicos solo está la causa incausada del poder algorítmico.
Pero, aunque usted no lo crea, hay ejércitos de trabajadores tras los poderes del algoritmo. Sí, son los trabajadores de plataformas digitales o crodworkers, sin cuya intervención la magia de la IA de muy poco serviría. En la geografía de la explotación, y con poca imaginación, no se les ocurrió mejor idea que denominarlos trabajadores invisibles. Una vez más, es la retórica del exceso semántico, puesto que las palabras exactas para delinear los ejes de este plano son: condición laboral esporádica y precaria, a cambio de más crecimiento. Un informe del Banco Mundial (2023), estima que este ejército ya reúne unos 435 millones de personas en el mundo (aunque reconoce que dicha cifra estaría infravalorada), y el ritmo de su incremento ha cabalgado a razón de más del 40% entre el 2016 y el 2023.
El BM precisa en su informe (2023) que el trabajo esporádico en línea es, en realidad, otra forma de trabajo informal, es decir, al margen de las reglamentaciones laborales y de la cobertura de la protección social. En dichas labores, las taras existentes de los ámbitos terrenales del trabajo se reproducen en las parcelas virtuales del crodworking. En esa línea, la mayor consecuencia, no es que la IA elimine empleos; incluso, podría multiplicarlos. La cuestión de fondo, es que acelera, profundiza y dulcifica la explotación. Después de todo, la lucha continúa.