Escribe: Luis Peña Rebaza
“El hombre sensato cree en el destino; el voluble en el azar”. Esta frase del estadista inglés Benjamín Disraeli me sirve como punto de inicio para narrarles esta breve historia sucedida con Frida, mi hermosa perrita poddle crema que, con su presencia y correteos, no solo trastocó por completo mi rutina sino vino a llenar el nido vacío ante la partida de mis hijas, la mayor hacia Alemania y posteriormente, la segunda a Francia. Al final de esta breve lectura cada uno sacará sus propias conclusiones. ¿Es posible que el destino o el azar, de una manera u otra determinen parte de nuestra vida?
Durante su última salida del día, al anochecer, llevo a Frida al parque cercano a fin de que corretee y se distraiga. Tras retozar un rato, le coloco su arnés, abandonamos el condominio y enrumbamos hacia la avenida. En breves minutos, merodeamos al interior del Real Plaza; tampoco eso sucede todos los días, sino en cuatro o cinco ocasiones a la semana. Allí recorremos el pasadizo hasta el fondo, a veces decidimos ingresar a la tienda de Sodimac, así como a otras que lo permiten; enseguida damos la vuelta y continuamos nuestro paseo por todo el entorno del patio de comidas.
Es una visita obligada, luego de la cual caminamos de retorno al departamento. Es el trayecto usual en donde siempre suelo encontrar a un paisano y amigo con quien me saludo y converso. Valgan verdades, también aprovecho esa recomendable caminata para tratar de evitar el retorno de la temida diabetes. Por cierto, es una ruta que le encanta a Frida, husmea aquí y allá, se distrae con el paso de la gente, con el colorido e iluminación del lugar, por supuesto, no falta quienes se acercan, la acarician y le toman alguna foto con mayor razón cuando la llevo con su collar de luces intermitentes; en suma, la perrita está de plácemes.

El viernes 21 de febrero nos tocó repetir la costumbre habitual. Deambular un rato en el parque, luego acomodarle el correspondiente arnés y enrumbar al Real Plaza, pero de pronto Frida se mostró reacia a salir del condominio; pareciera que ante ella algo o alguien la estuviese amenazando. Se entercó como pocas veces, cuando está con el celo es comprensible su conducta, pero esa noche no era ese el caso, así que comencé a jalarla, aunque se resistía, estaba resuelta a no salir y avanzar un paso; incluso la alcé en brazos, pero pataleó y en ese afán me rasguñó un brazo. «Bueno, no quieres ir de paseo, no es mi culpa, entonces al depa». Le dije un tanto molesto con quien despeina mis tristezas.
Apenas retornamos me acomodé frente al televisor con intención de ver una película en Netflix o quizá algún video de Youtube, mientras que tras beber agua ella se tendió cerca. Sonia, mi esposa, no se hallaba presente, había asistido a un compromiso familiar y mi madre reposaba en su habitación. Calculo que transcurrieron unos diez o, de repente, quince minutos, cuando, de pronto, timbró mi celular y vi que se trataba de mi hermano Iván. «Mira lo que acaba de pasar ahorita», me dijo asustado, «están pasando videos en las redes sociales, se ha caído el techo del patio de comidas del Real Plaza».
Miré a Frida: ella continuaba descansando apacible.