Escribe: Eliana Pérez Barrenechea
Este artículo lo escribo como egresada, desde la deuda que tengo con la universidad pública por el giro que significó en mi trayectoria de vida, desde el recuerdo de esa adolescente de 16 años de un pequeño pueblo llamado San José, que inicia la primera generación de profesionales de su clan.
El Perú es una disputa abierta hace más de 200 años. Como sabemos, 1821 no fue la fecha decisiva para nuestra emancipación, es en 1824 cuando se marca un hito para sellar las revoluciones independentistas del Perú y de otros países de la región.
En ese contexto de lucha política y militar, pocos meses antes de las batallas de Junín y Ayacucho, José Faustino Sánchez Carrión, el ideólogo y gestor de la República, no descuidó la construcción del naciente Estado y –en consecuencia con su visión de país– funda en marzo de 1824 la Corte Superior de Justicia de La Libertad con sede en Trujillo y el 10 de mayo de ese mismo año en Huamachuco, en la sede del Cuartel General del Ejército Libertador, junto a Simón Bolívar refrenda el Decreto Dictatorial de Fundación de la Universidad Nacional de Trujillo.
Que la Universidad Nacional de Trujillo deje de ser ese ente fantasmal inmovilizado y silente frente a la destrucción del país, y sea motor para los hijos e hijas del pueblo que la necesitan.
Hoy, a doscientos años de su fundación, es imperativo recordar que Sánchez Carrión concibió a la Justicia y a la Educación como pilares para la constitución de la República y para la formación del sujeto político que debía gestarse en el seno de una nueva sociedad. En el ejercicio de memoria por el bicentenario tengamos presente que la Universidad Nacional de Trujillo responde a un proyecto histórico trascendente para el país, que sigue en construcción.
Como egresada de la UNT, encuentro sentido de identidad en los propósitos e ideales que la gestaron, en su cualidad de universidad pública y oportunidad para jóvenes provincianos y migrantes, que como Sánchez Carrión salimos de la Patria chica con sueños de felicidad, no permitidos en el Perú de hoy, pero que existen y resisten, como la universidad misma frente a un sistema que la desprovee de su rol histórico y político de transformación social y emancipación.
Que la Universidad Nacional de Trujillo deje de ser ese ente fantasmal inmovilizado y silente frente a la destrucción del país, y sea motor para los hijos e hijas del pueblo que la necesitan.