Masacre es un libro que tiene todos los ingredientes de una buena novela negra. Lo malo es que la historia es real. Charlie Becerra, su autor, busca reconstruir el asesinato de un grupo de ancianos, en Chao, Virú, ocurrida la madrugada del 30 de abril de 2017. Tres hombres (entre ellos un menor de edad) armados con un machete, un cuchillo de cocina y un palo, fueron quienes cometieron el execrable hecho.
La presentación oficial será el jueves 8 de febrero. Estará a cargo de los periodistas Susan Calderón y Omar Aliaga. La cita es a las 7 de la noche en el Jr. Orbegoso 652, centro histórico de Trujillo.
El autor
Charlie Becerra nació en Lima, en 1989. Ha trabajado como redactor creativo en distintas agencias de publicidad. Sus cuentos han aparecido en antologías nacionales y extranjeras.
La investigación El origen de la Hidra. Crimen organizado en el norte del Perú (Aguilar, 2017) fue su primer libro. Ha publicado las novelas negras Solo vine para que ella me mate (Planeta, 2019. Finalista del Premio Nacional de Literatura 2020), Cachorro (publicada en Perú en 2020 y en México en 2021), Bultos negros (2021) y el perfil de no ficción Gringasho (2022). Masacre es su último libro.
En 2021 viajó a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, integrando la delegación peruana de escritores invitados. En 2022 lanzó su curso sobre novela policial en la plataforma de Doméstika.
Capítulo 1
Los ojos del fiscal adjunto Dany Espinoza Gonzales rodaron un par de veces más por el contorno polvoriento del pedazo de carne que encontró en el suelo antes de darse cuenta de que no se trataba de parte alguna de las vísceras de un ave de corral, como creyó en un inicio. Si no de un hallazgo directamente relacionado con el crimen que lo había convocado aquella mañana en el centro poblado de San Roberto: era el trozo inerme de una lengua humana. Así se lo pareció también al técnico Yonny Mendoza, policía de Chao, del Departamento de Investigación Criminal de Virú, que conocía la ruta hacia el caserío y que tuvo a bien mostrársela al grupo de investigadores llegados desde Trujillo.
Más allá encontraron unas gafas de montura dorada y, a mitad de los veinte metros finales que los separaban de la casa de la familia Sánchez, parte de una prótesis dental. Prótesis que, se confirmaría después, fue arrancada de la mandíbula de Lucas Sarmiento Vásquez, de 77 años, con el mismo golpe de machete que le había mutilado la lengua.
El equipo siguió su camino hacia la escena del crimen, atravesando el cerco de curiosos que se había formado desde que oyeron los primeros gritos de auxilio de Edita Corro Ulloa. La mujer, quien hacía más de veinte años trabajaba cuidando de los cuatro ancianos que vivían en la casa, fue la que encontró sus cuerpos alrededor de las seis de la mañana. Mientras tanto, el fiscal Espinoza recordó aquello que le dijo a su esposa el día anterior después de decidir que se quedaría en Trujillo a celebrar el cumpleaños de su tío, dejando encargado su turno en la fiscalía de Virú: «Ya volveré el lunes. No creo que mañana domingo pase nada». Un vaticinio que le estalló en la cara al enterarse de la masacre y cuyo reproche le pareció ver en los rostros congestionados de dolor de los vecinos que tuvieron oportunidad de asomarse a través de las ventanas de la casa antes de que el área de terreno fuera precintada. Algunos incluso se atrevieron a ingresar por la puerta delantera, pero casi nadie pudo soportar estar ahí por más de diez segundos.
Espinoza había recibido la llamada a las ocho, justo cuando acababan de servirle un ceviche a modo de desayuno y con el que tenía planeado cerrarle el paso a una eventual resaca producto de la celebración.
—Doctor —le dijo Mendoza al teléfono—, tiene que venir urgente. Han matado a unos viejitos acá en San Roberto, en Chao.
La noticia hizo lo que el ceviche no tuvo tiempo de hacer, otorgándole al fiscal una lucidez que solo es posible conjurar ante el llamado apremiante del deber. Se levantó de la mesa, salió del restaurant y se puso en contacto con el área de homicidios del Complejo Policial de Investigación Criminal Capitán PNP Alcides Vigo Hurtado, en la ciudad de Trujillo, la jefatura más importante de la jurisdicción, y solicitó apoyo al jefe de la Tercera Región Policial, el general Renzo Granados:
—Ya mismo le envío los peritos, doctor —prometió el general y Espinoza le respondió que los esperaría en la comisaría de Chao, cuarenta minutos al sur de donde se encontraba el fiscal en ese momento.
Más tarde llamaría también a su colega y superior inmediato, el fiscal provincial Joseph Quezada Sánchez para que se sume al caso y lo ayude con las diligencias: de camino al lugar, con Mendoza nuevamente al teléfono, el fiscal Espinoza terminó de ponerse al corriente de la situación y supo que harían falta un par de manos más de parte del Ministerio Público:
—La señora de la limpieza llamó primero al hijo, después a serenazgo, y fueron los serenos los que se llevaron a la viejita al centro de salud en una camioneta. Ella es la única que ha quedado viva, quizá pueda darnos algún nombre. A los otros tres, a los hombres, les han dado de machetazos. Es un baño de sangre acá, doctor. Peor que animales los han atacado —agregó Mendoza, y en su voz fue posible advertir la cadencia derrotista de quien ya ha sido desbordado por el espectáculo de la violencia—. La familia ya está por llegar, mejor que se apure.
Ahora, con un enjambre de sollozos a la espalda, observando las manchas de sangre que se iban haciendo más y más grandes conforme se adentraba en la atmósfera de muerte que exudaba la casa, el fiscal Espinoza sintió el alivio insignificante de llevar el estómago vacío.