Escribe: Domingo Varas Loli / Desde Madrid, España
Cuando el diario El País comenzó a circular el 4 de mayo de 1976, los escritores del boom latinoamericano ya habían publicado sus obras maestras: Rayuela, Cien años de soledad, La región más transparente y Conversación en La Catedral. España vivía un proceso de cambios necesarios para transitar de la dictadura franquista a la democracia. Se respiraba en el aire la necesidad de un nuevo diario que representara las nuevas opciones de un país emergente.
Durante cinco años fue un proyecto. En este periodo los promotores allanaron las dificultades y lograron derribar las vallas burocráticas que les imponía el tardofranquismo. La aparición de El País, seis meses después de la muerte del Generalísimo, fue lo mejor que pudo haberle pasado. Así se libró de la sombra del franquismo al no tener el pecado original de haber formado parte del anterior orden establecido.
Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Julio Cortázar encontraron en sus páginas una tribuna mediática desde la que ejercieron su rol de intelectuales y su compromiso social denunciando la corrupción, el abuso de poder y las arbitrariedades de los gobiernos de facto. Por estos años las dictaduras militares del cono sur de América Latina realizaban sus macabros vuelos de la muerte y operativos de captura y desaparición de cientos y miles de opositores políticos. Reinaba un clima de impunidad que luego se difuminó por la intervención de la jurisdicción supranacional, los organismos internacionales y las campañas de reparación, justicia, memoria, verdad y derechos humanos que encabezaron escritores como Ernesto Sabato y Julio Cortázar.
El periodismo y el boom
El periodismo no fue un oficio menor para los autores del boom. La prueba está en la calidad, precisión y rigor de sus artículos y reportajes. Por eso sobreviven lozanos y no han sido afectados por la pátina del tiempo. Gabo y Vargas Llosa ejercieron el periodismo y la literatura con el mismo fervor y similares métodos de trabajo. Para ambos, además, fue una escuela de estilo y una veta de temas que enriqueció sus respectivas obras literarias.
En “¿Quién cree en Janet Cooke?” (21 de abril de 1981) Gabo cuestiona la impostura de la periodista del Washington Post que logró hacerse del codiciado premio Pulitzer en 1980 con un truculento reportaje titulado “El mundo de Jimmy” basado en una historia falsa de principio a fin. Era la historia de un niño de ocho años que solía drogarse inyectándose una dosis de heroína con la ayuda de su madre.
El País fue, antes que una empresa colectiva, un espíritu de su época. Igual que el boom consistió en una maravillosa conjunción de estrellas que se alinearon favorablemente en el universo.
“Lo malo es que en periodismo un solo dato falso desvirtúa sin remedio a los otros datos verídicos. En la ficción, en cambio, un solo dato real bien usado puede volver verídicas a las criaturas más fantásticas”, afirma el Gabo respecto a la tentativa de la reportera norteamericana de vender gato por liebre.
Este principio que rige las ficciones no admite excepciones ni licencias como lo demuestra Mario Vargas Llosa en La mentira de las verdades, artículo en el que comenta la biografía oficial del ex presidente de Estados Unidos Ronald Reagan, escrita por Edmund Morris. En esta obra, derrotado por la personalidad hermética y el Alzheimer del biografiado, Morris introduce a narradores ficticios con el propósito de morigerar la atmósfera densa y solemne del relato contaminando de irrealidad el libro.
“No se puede meter un fantasma como polizón de la realidad sin que ésta se vuelva fantástica. Mentir para decir verdades es un monopolio exclusivo de la literatura, una técnica vedada a los historiadores”, concluye el autor de El pez en el agua.
Las coincidencias no terminan ahí. Ambos escritores afrontan la redacción de los textos periodísticos con la misma manía perfeccionista que sus cuentos y novelas. Así confiesa el Gabo que lleva a cabo el proceso creativo de su columna:
“La escribo todos los viernes, desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, con la misma voluntad, la misma conciencia, la misma alegría y muchas veces con la misma inspiración con que tendría que escribir una obra maestra”.
Y Vargas Llosa sigue un método creativo parecido:
“Me toman generalmente una mañana y una tarde y, desde hace años, antes de publicarlos los hago leer por tres amigos… Siempre los he escrito teniendo en cuenta una opinión de Jean-François Revel, según el cual los buenos artículos son aquellos que desarrollan una sola idea, y la frase con que, dicen, Raimundo Lida iniciaba sus clases en Harvard: ‘Recuerden que los adjetivos se han hecho para no usarlos’”.

El periodista y la verdad
Excepto Julio Cortázar, los demás integrantes del boom fueron colaboradores regulares de El País. Esto explica la razón por la que el autor de Las armas secretas publicó en la Sección Opinión de El País como comisionado de los derechos humanos del Tribunal Russell antes que como escritor. Más allá de la coyuntura, en El destino del hombre era… ”1984” establece interesantes paralelismos entre las profecías apocalípticas de George Orwell en su novela 1984 y algunas circunstancias derivadas de la revolución cubana.
García Márquez obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1981, por lo que sus artículos se fueron espaciando a partir de este año. Carlos Fuentes colaboró una temporada que va del año 1995 al 2015 En sus artículos alertó sobre la frivolización de la prensa, sobre todo en ¿Quién le teme a Mickey Mouse? que data de 1995, lo que revela su agudeza para vislumbrar nuevas tendencias y cambios en la sociedad.
Mario Vargas Llosa se jubiló como columnista de El País después de 33 años de servicios prestados en noviembre del 2023. En su última columna llamada Piedra de Toque exhortó a los jóvenes periodistas a decir siempre la verdad. “El periodista de talento busca la verdad como una espada que se abre paso por doquier. Decir mentiras, manipular, es fácil, pero tarde o temprano queda en evidencia. El que dice la verdad y la defiende presta un servicio a sus lectores y a su tiempo”.
“Un buen periódico es una nación hablándose a sí misma”, dijo alguna vez Arthur Miller. No le falta razón al dramaturgo norteamericano. El País fue, antes que una empresa colectiva, un espíritu de su época (Zeitgeist le llaman los alemanes). Igual que el boom consistió en una maravillosa conjunción de estrellas que se alinearon favorablemente en el universo. Son dos fenómenos de indiscutible importancia y trascendencia histórica y cultural que el mundo hispanohablante ha aportado a la civilización de occidente.





