Escribe: Robert Jara
A pesar de mi miedo yo quería ver a mi literatura pateando latas por la calle, por lo que decidí que se la enseñaría a algún crítico literario.
Fue entonces que esmerado armé un poemario al que titulé, con candor juvenil, Blasfemias y que firmé con el seudónimo “Meleno Gabur”. Entonces le pedí a mi amigo (que llamaré Equis), uno de los pocos a quien torturaba con mis poemas, que por favor se lo llevara al crítico literario (que llamaré Mostacho), que lo encontraría en la facultad de letras. Me habían comentado que Mostacho no se casaba con nadie, y que era crudo en sus críticas, directo, sin miramientos ni contemplaciones. No imaginan el pánico que sentía a priori de tan solo imaginar al crítico, que había ganado premios de crítica literaria, posar sus ojos sobre mis candorosos versos.
Una vez mi amigo realizó la diligencia, lo acosé porque volviera por la apreciación. A insistencia mía lo hizo varias veces; pero o no lo encontraba o volvía sin nada porque Mostacho le decía que le gustaría darle la apreciación al autor de los poemas; Mostacho hasta llegó a insinuarle sino era él, Equis, el autor de Blasfemias. Pero cierto día, cuando Equis volvió, le pregunté con insistencia, como siempre, con curiosidad y miedo: ¿Y qué te dijo Mostacho? Esta vez su respuesta fue diferente, precedida de un incómodo silencio: Bueno, loco, dice que eso no es poesía, que debes leer mucho. Un mundo ilusorio se hizo trizas. Dice que le gustaría conversar personalmente contigo…
Me habían comentado que Mostacho no se casaba con nadie, y que era crudo en sus críticas, directo, sin miramientos ni contemplaciones.
En octubre de 1996 publiqué la plaqueta de poesía Cantata al trío heroico. A los pocos meses volví a la UNT a hacer unos papeleos; cuando pasé por la facultad de humanidades, recordé sin querer lo que sucedió hace un par de años con Blasfemias. Entonces me dije: ¿Por qué no visitar a Mostacho y darle personalmente mi plaqueta y pedirle una opinión? Volví al día siguiente con mi plaqueta. Ya parado frente a la oficina del crítico literario me desanimé como 10 veces en tocar la puerta. Temblaba, aunque soñaba que esta vez me dijera, al menos, que lo que había publicado era poesía, mala, pero poesía. Toqué la puerta, que estaba entreabierta, y asomé tímidamente la cabeza. Mostacho me miró, alzando sus ojos por encima de sus lentes de montura gruesa: adelante, dijo. Supongo que tragué saliva, y luego le expliqué el motivo de mi visita. Lo que sí recuerdo con claridad es verlo literalmente ojear mi poemario: mientras pasaba las hojas, yo no sabía dónde diablos esconderme, ni con qué cara, de las mil que ensayaba frente a él, lo miraría cuando terminara. Levantó los ojos y, otra vez por sobre sus lentes, me dijo atropelladamente, meneando afirmativamente la cabeza, algo como: bien, muy bien, hace mucho tiempo que no me llega poesía que toque el corazón, con carga emotiva…; recuerdo que me comparó, sino mal recuerdo, con Luis Valle Goicochea, y con algún otro poeta de la misma estirpe. Yo no podía creer lo que escuchaba; pero tuve que hacerlo ya que la visita concluyó con su invitación para leer mi poesía en el recital que por aquellos días se ofrecía conmemorando, no recuerdo bien si el natalicio o la muerte de Vallejo, en el Paraninfo de la Facultad de Educación (en dicha actividad escuché decir, por primera vez, a don Reynaldo Naranjo que Vallejo no siempre fue triste, que también supo reír).
Mostacho ignoraba que, a su flamante invitado, un par de años atrás, jamás le hubiera invitado a leer poesía en lugar alguno sin caer en la herejía. Gracias, Mostacho, por tu honestidad; seguramente, quien sabe, no habría crecido si me hubieras dicho que mi Blasfemias valía un poco la pena, por aquello de no matar mi legítima aspiración a poeta, por aquello de no herir mis sentimientos.
A Mostacho, con quien años más tarde entablaría amistad y quien presentaría en el Club Unión de Guadalupe mi primer poemario “Nostalgia de Barro” (2011), nunca me atreví a contarle la historia de Meleno Gabur y su Blasfemias, nunca me atreví a contarle que de su ojo crítico recibí una crítica de cal y otra de arena. Y me prometí no develar su nombre real, sino hasta cuando él ya no estuviera en este mundo. Mostacho fue el poeta, el crítico literario y docente universitario, salpeño de nacimiento y trujillano de corazón, Juan Paredes Carbonell.