jueves, noviembre 21, 2024
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Crónica: Cuando el crimen se lleva a los amigos de barrio

La siguiente es una historia que evoca una amistad juvenil que lamentablemente termina contándose con el velo oscuro de la tragedia por la inseguridad que vivimos día a día en Trujillo. El crimen aquí aludido ocurrió en las primeras horas del año 2024.

Escribe: Omar Aliaga

Roger era el tipo de muchacho de barrio que reunía todos los requisitos para ser querido: bailarín, amiguero, jugaba a la pelota, alma de las fiestas.

Junto a Roger, teníamos un grupo de patas de la cuadra 4 de Sucre, en Chicago, compuesto también por Mario, Koki y Edwin, entre otros chicos y chicas más. Fue ese grupo el que luego, fungiendo de músicos amateur, se hizo llamar “Malas Juntas”.

Pero a pesar de lo de “Malas Juntas”, el nuestro era un grupo más o menos sano, apacible, en comparación con los personajes que estaban alrededor de nuestra cuadra. Roger, decía, era amiguero y carismático, y era como una bisagra: tenía amigos en todos lados.

Era un muchacho “entrador”, presto al baile, a la risa fácil, a las ocurrencias. Era imposible que te caiga mal. A mí -lo confieso- solo me caía un poco mal justamente cuando hacía reír a las chicas más guapas que llegaban al grupo. Pero era su forma de ser; le salía de modo natural.

Formamos el grupo de rock “Malas Juntas” casi sin saber tocar, y Roger agarró la batería. Con él, junto a Mario y Koki llegamos a tocar en una edición del Festival de la Música de la Alianza Francesa. Compartimos escenario con una serie de bandas locales e incluso con Dolores Delirio. Fue una noche memorable, aunque tocamos para el olvido, pues habíamos bebido de más esa noche antes de subir al escenario.

Acabando la universidad me mudé y empecé a trabajar en la prensa trujillana. Eso me alejó del barrio, pero además Roger se fue a los Estados Unidos, regresó a Perú, y luego se fue a Chile. Finalmente volvió a Perú.

En ese lapso dejamos de frecuentarnos y solo teníamos algún que otro encuentro cuando una circunstancia unía a los viejos amigos en común. La última vez que hablé con él fue en la casa de su familia, en la misma cuadra 4 de Sucre, invitado por su primo Guillermo, también amigo mío. Conversamos de un modo menos cómplice, menos cercano, como suele ocurrir cuando el tiempo ha llevado a los compañeros de barrio por caminos distintos.

Chicago fue el barrio en el que pasé buena parte de mi niñez y mi adolescencia. Me dio, seguramente, parte también de lo que ahora soy. Pero a estas alturas, lo digo con sinceridad, ya es muy poco lo que me ata a él.

Cuando ocurrió el crimen el lunes 1 de enero, yo aún descansaba en cama por la prolongada celebración del Año Nuevo. En uno de esos momentos abrí los ojos para revisar el teléfono móvil: vi lo del crimen, y pese a que los datos y las imágenes confirmaban que la mortal balacera se había desatado en la calle Sucre, lo vi como algo lejano, como un hecho que uno ve desde su perspectiva fría de periodista. No lo vi como algo personal en absoluto. Pensé que se trataba de personas ajenas, gente que no conozco ni en pelea de perros porque llevo más de dos décadas alejado.

Y, en efecto, todos eran personas desconocidas para mí. Todas, excepto una.



“Hola Omar. Lamento informarte de esta mala noticia, pero hoy falleció Roger”.

El mensaje de Whatsapp era de Guillermo, el primo de Roger. En ese instante, al leer el mensaje, recién pensé en el crimen de la calle Sucre, Chicago. Le pregunté si tenía que ver con ese incidente, pues hasta entonces no había visto los nombres de las víctimas.

Guillermo me lo confirmó: sí.

Todos los que vivimos por la zona hemos estado ahí, compartiendo con conocidos, bebiendo cerveza en la calle, en la puerta de una bodega, sentados en alguna vereda. Roger tuvo la desgracia de estar en el momento equivocado, pues un sicario llegó para atentar contra uno de los que ahí estaban y algo pasó: el video que se ha difundido hace notar su confusión que lo hizo disparar contra más de uno.

Todos eran muchachos veinteañeros, menos Roger, que llegó ahí de casualidad, pues había estado celebrando con su novia y otros amigos en otra cuadra de la calle, como suele ocurrir en esas fechas. Quiso Roger seguir con la celebración, ya sin su novia, y encontró ahí, en donde ocurrieron los fatídicos hechos, un lugar donde hacerlo.

Roger tenía un pasaje para irse a España el 3 de enero. En Barcelona lo esperaban sus dos hermanos. Pero el 3 de enero fue su sepelio.

Pienso ahora que pudo ser cualquiera de nosotros. Todos estuvimos ahí en algún momento. Eran otros tiempos, las riñas se arreglaban a trompadas o de otra forma, no con armas de fuego. Hoy en Trujillo la vida es una cosa descartable, una cosa de Tecnopor o de plástico.

Es injusto y cruel. Muy injusto y muy cruel.

Descansa en paz, querido Roger.

(Publicado en el diario La Industria de Trujillo)

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