Escribe: Omar Aliaga
Una noticia ha escandalizado a los medios de todo el país: en un concierto de chicha de Chacalón Jr. apareció el logo de «Los Pulpos» en la pantalla gigante del escenario y hasta le mandaron saludos a los miembros de esa banda criminal. ¿Cómo era posible esto? ¡Apología al crimen!, gritaban en letras altas.
Y, claro, hay una evidencia de apología al delito aquí. O quizás sea una forma de congraciarse con el grupo criminal que domina Trujillo y que es capaz de hacerles estallar el escenario y cerrar cualquier intento de espectáculo.
Pero, pregunto yo: ¿Qué cosa hicieron esos mismos medios nacionales la semana pasada con la muerte de Alberto Fujimori, el presidente que se convirtió en autócrata y fue condenado por asesinato y corrupción? ¿No fue acaso una suerte de apología?
Por supuesto que Fujimori gobernó el país, se sentó en Palacio de Gobierno, y tiene logros innegables en materia económica y lucha contra el terrorismo que muchos peruanos y muchas peruanas aún agradecen. Pero, ¿cómo se le dice a quien comete delitos, a quien es condenado a la cárcel por cometer delitos? ¿No se convierte acaso en un delincuente y en un criminal?
Se entiende el silencio respetuoso ante la muerte de un expresidente (y exdictador). Pero otra cosa es alabarlo a plenitud, rendirle honores de héroe, rendirle pleitesía, arrodillarse ante su sepulcro como si se tratara de un santo patrón.
Porque las buenas obras o los aciertos de una persona que delinque, la eficiencia y buena ejecución de algún aspecto del trabajo que le compete a una persona que delinque, no la libra de sus fechorías y su condena. Ni siquiera el indulto por temas humanitarios otorgado (humanidad que el régimen del señor Fujimori no tuvo con las víctimas mortales, a quienes nunca pidió perdón).
Se puede entender el silencio respetuoso ante la muerte de un expresidente (y exdictador) y sus deudos. Es lo que corresponde en una sociedad civilizada y democrática. Pero otra cosa es alabarlo a plenitud, rendirle honores de héroe, rendirle pleitesía, arrodillarse ante su sepulcro como si se tratara de un santo patrón. Y eso es lo que muchos medios nacionales, líderes de opinión y otros personajes ligados al empresariado y la política hicieron de modo bochornoso.
¿Con qué autoridad condenamos ahora a Chacalón Jr. y su gente?
Es más, quizás Chacalón Jr. y su gente tengan hasta un atenuante. Quizás sea peor la apología a Fujimori. Porque es muy probable -eso lo dirán las investigaciones- que lo ocurrido en ese concierto de chicha responda al miedo, a la amenaza explícita y la extorsión. En cambio, lo de Fujimori fue espontáneo. Les salió natural a muchos ser apologistas del delito.