jueves, noviembre 21, 2024
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De Nuremberg a Lima

El control, la concentración del poder, la represión y el terror son las respuestas que el régimen de Dina Boluarte ha adoptado en medio del clima de protesta ciudadana, dentro del marco de APEC. ¿Estamos ante una salida autoritaria?

Escribe: Eliana Pérez Barrenechea

Hace una semana escribí sobre la caza de brujas y sobre cómo fue una estrategia para debilitar y dividir una revuelta del campesinado frente al poder feudal de la nobleza, la iglesia y una burguesía que empezaba a surgir. Así crean la figura de la Bruja, un enemigo común que el pacto patriarcal hace posible, venciendo la solidaridad de clase y apagando una rebelión proletaria (Federici, S.). La caza de brujas no solo usó las hogueras, sino sobre todo un absoluto control del Estado sobre el cuerpo de las herejes, las libes de elegir, las rebeldes, y más tarde de toda la clase proletaria, dando paso a una nueva concepción del cuerpo humano, como una máquina para el trabajo, conveniente al naciente capitalismo.

De este episodio me interesa reflexionar sobre cómo los grupos que comparten el poder, o determinadas élites, aunque mantengan diferencias, pactan para asegurar que las clases dominadas se rebelen, cómo consiguen ejercer un control sobre los cuerpos proletarios, pero también sobre sus subjetividades, cómo el castigo y el miedo fueron armas de sometimiento para la instalación de un régimen basado en la explotación. Mecanismos que hasta hoy hacen posibles modelos políticos que, de otra forma, serían insostenibles. 

El control, la concentración del poder, la represión y el terror son las respuestas que el régimen que hoy ha tomado el Estado peruano emplea en este contexto de crisis del sistema político. Vemos cómo caen las máscaras de una democracia neoliberal que ha profundizado las desigualdades y promovido el lucro sin restricciones, empoderando prácticas ilegales, tanto en economías formales, como en las que han nacido de las grietas del “libre” mercado, de la desregulación de la economía, de la ideología del éxito y de la mercantilización de la vida.



La criminalidad desbordada en las calles es el reflejo de la criminalidad instalada en la política, necesaria para una economía capitalista cada vez más voraz y descontrolada. Mientras el crimen organizado revienta el país por dentro, los operadores de turno del poder subastan y arrasan nuestras reservas naturales en el mar, en la Amazonía, en los andes. Le sirven a estos propósitos instrumentalizar los mecanismos que la democracia neoliberal les permite, como la alteración del orden legal, la alianza con grupos de poder económico tanto nacional como internacional, el pacto con el poder militar y policial a cambio de impunidad, el alarde de fuerza y la amenaza abierta a una ciudadanía, que aunque debilitada, manifiesta su hartazgo.

Frente a eso, la imagen de Dina Boluarte, resguardada por un gran contingente de militares, emulando las fotografías propagandísticas del nazismo en las manifestaciones de Núremberg, da una demostración de poder para quienes ha llamado “traidores de la patria” por organizar una protesta los días de APEC, una cumbre en la que se negociarán intereses económicos de algunas potencias con grandes negocios en nuestro país.

El régimen, que lleva un saldo de más de cuarenta peruanos asesinados, nos muestra impunemente los códigos del postfacismo que se erige como guardián de un modelo necroeconómico y necropolítico sobre las cenizas de una pseudodemocracia que nunca representó una alternativa viable para las mayorías. Por aquí surge una pista para seguir pensando sobre lo que viene en el corto plazo en el Perú, más cercano a una salida autoritaria, que a una apuesta por una real democracia popular. 

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