Escribe: Domingo Varas Loli
En el barrio de Lavapiés, a pocos metros de la plaza Tirso de Molina, en una de las zonas más céntricas de Madrid, vive el cantautor Joaquín Sabina (Úbeda, Jaén, 1949). Hasta su piso no llega el rumor de la calle y el tiempo discurre apacible. Allí en su biblioteca contigua a la sala de estar nos reunimos con el trovador más icónico de España. Sabina viene ultimando detalles de su gira mundial de despedida denominada “Hola y adiós”. La expectativa mundial generada por el anuncio de su retiro de los escenarios es tan intensa que la taquilla en varios destinos ya se ha cerrado. Era ahora o nunca la entrevista con el autor de “Mi último vals”, el otro año sería imposible dada la magnitud de su gira.
«¿Qué tal los trata la madrastra España?», nos interpela y da una risotada que disuelve la tensión previa y calienta el ambiente de estos frígidos días de invierno. Sabina es un diestro anfitrión que nos hace sentir en casa tratándonos con gentileza y bonhomía. Tras preguntarnos cuánto tiempo vivimos en España, nos dice con firmeza en su voz y en sus gestos: “Estoy a su disposición para cualquier cosa que tenga que ver con el Perú y sobre todo con Vallejo y Santiago de Chuco”. Le agradecimos su generosa predisposición y la amabilidad de recibirnos en su morada.
“Por exceso de aprecio y respeto por su obra no he intentado musicalizar la poesía de César Vallejo”.
“He recibido muchos premios y reconocimientos en mi vida, pero este es el que más ilusión me hace. Es verdad, no es ninguna exageración”, dice el cantautor minutos antes de entregarle la resolución de la Municipalidad de Santiago de Chuco que lo declara como su hijo predilecto y lo condecora con la medalla de la ciudad. La iniciativa de esta gestión la emprendió con inusitada vehemencia Joel Sánchez, un gestor cultural que no conoce el significado de la palabra imposible. Él ha logrado con paciencia y buen humor, y contando con la complicidad de Jimena Coronado (arequipeña de nacimiento), la ubicua pareja de Sabina, que tras dos años de tentativas en la tarde del pasado 26 de noviembre se le tribute el homenaje pendiente a uno de los artistas que proclama a César Vallejo como su poeta favorito. “Vallejo es como un familiar, mi hermano, mi padre”.
Itinerario de una pasión
Flaco y con un perfil que nos hace evocar la figura epónima de Miguel de Cervantes, Joaquín se emociona hasta asomarse al borde de las lágrimas. “Los versos de Vallejo me cambiaron la vida. Sus versos, su sintaxis, su modo de escribir. Y aunque por esos años Neruda era el poeta más popular, yo prefería a César Vallejo”, afirma Sabina.
Luego interpela a su asistente solicitándole le alcance los libros que están apilados en una mesa a la entrada de su piso y que habían llamado mi atención de bibliófilo empedernido. Eran seis ediciones príncipe de las obras de César Vallejo que lucían empastadas como si fueran volúmenes de una biblioteca medieval. La primera edición de Los Heraldos Negros con dedicatoria de César Vallejo a Antenor Orrego -escrita con una meticulosa caligrafía-, la primera edición de Trilce, la poesía completa editada por Georgette Vallejo y Raúl Porras Barrenechea meses después de la muerte del vate. Un verdadero tesoro bibliográfico que ocupa un lugar destacado en la profusa biblioteca del cantautor.
Antes que le pregunte por el itinerario de su pasión por Vallejo, él se adelantó como buen entrevistado y recordó que su generación en España se convirtió al vallejianismo leyendo Los Heraldos Negros y luego sobre todo con los Poemas Humanos y España, aparta de mí ese cáliz. “Cuando ya estábamos enamorados de la poesía de Vallejo nos metimos en Trilce que es más complicado pero ya teníamos en el corazón su sintaxis y su modo de retorcerle el cuello a la lengua. Trilce es un libro magnífico y efectivamente inaugura una poesía de vanguardia en Latinoamérica”.
Algunas cuestiones vallejianas
Habla con la solvencia que le dan sus años de estudios de Filología Románica en la Universidad de Granada cuando apenas era un adolescente y su amigo Pablo del Águila le hizo leer a Vallejo. Por puro azar no llegó a terminar estos estudios y tuvo que marcharse a Londres antes de caer en las garras del fascismo.
-¿Crees que este fue, parafraseando a Vallejo, el momento más grave de tu vida?
-Sí, el momento más grave de mi vida, porque me la cambió para siempre y por completo, fue la tarde que, entre la euforia y la desesperación, decidí romper radicalmente mis lazos con la triste España del franquismo y marcharme, exiliado, primero a Edimburgo y luego a Londres. No sería quien soy sin aquel punto de ruptura.
-Alguna vez afirmaste que hay poemas escritos para ser cantados. ¿Has sentido que la desgarrada poesía de César Vallejo podría ser adaptada a la música? ¿No ha sentido la tentación de musicalizarla?
–Todos los poemas, sobre todo si son tan buenos como los de Vallejo, pueden ser musicalizados y cantados. En mi caso nunca lo he intentado con el peruano, seguramente por exceso de aprecio y respeto por su obra.
-Desde su perspectiva de un cantautor de masivo éxito, ¿qué cree que se debe hacer para divulgar más la poesía de Vallejo?
-Vallejo aún no tiene en España, y creo que tampoco en Latinoamérica, la audiencia y el respeto masivo que su irresistible calidad merece. En mi caso me precio de ser un humilde divulgador de ella.
Los últimos sonetos
-¿Sabías que hace unas semanas se ha descubierto un soneto de Vallejo denominado “Navidad” publicado en el diario La Prensa en 1918? -le pregunté.
Me escrutó con inquisitiva mirada y se dirigió a su compañera: «¿Sabías, Jime, que acaban de descubrir un poema de César Vallejo?». Ella negó con un gesto de la cabeza y el cantautor le exhortó: “Encárgale a tu mamá o a quien fuere que me envíe esta información”. Jimena asintió.
Antes de culminar la ceremonia íntima que nos congregó en su casa, Sabina leyó el soneto “Dijo César”:
“Le quitó el almidón a nuestro idioma, /dijo español de puro bestia”, dicen algunos de sus versos que con perspicacia definen la aventura creadora del poeta que pidió perdón por la tristeza y se murió en París con aguacero.