Escribe: Domingo Varas Loli
Fiel a su concepción de la novela como un género abierto en el que cabe todo -“la novela histórica, sicológica, aventurera, realista, costumbrista, existencial-, el escritor Javier Cercas (Ibahernando, 1962) aceptó la invitación del Vaticano, en mayo del 2023, a escribir un libro sobre la visita pastoral del papa Francisco a Mongolia. Era una oportunidad única que no había que perder, nunca antes el Vaticano había abierto de par en par sus puertas a un escritor.
El novelista español no lo pensó dos veces y aceptó convencido de que escribiendo una novela sin ficción con este nuevo libro conquistaría una nueva parcela de la realidad a la voracidad de un género que se reclama ilimitado, degenerado, híbrido y mestizo. Asumió el reto, además, porque su divisa es que “un escritor que no arriesga es un escribano, un notario de la realidad”. Este es el origen de El loco de Dios en el fin del mundo (Penguim Random House, 2025, 485 pp.), la novela que acaba de presentar en la Feria Internacional del Libro de Lima 2025.
En El punto ciego, libro de ensayos en el que elabora su propia teoría literaria, Cercas se ausculta y revela que en el corazón de cada una de sus novelas hay una pregunta simple, incluso naif, que actúa como leit motiv y pone en marcha el proceso creativo. ¿Por qué el soldado nacionalista no denunció al combatiente republicano salvándole la vida? (Soldados de Salamina), ¿por qué Adolfo Suárez y compañía no se tiraron al suelo cuando irrumpieron a balazos los insurrectos golpistas en el hemiciclo de la Asamblea Nacional? (Anatomía de un instante), ¿La difunta madre del escritor podrá reunirse con su esposo después de vivir la resurrección de la carne y la vida eterna?
La última pregunta es la que detona el proceso creativo de El Loco de Dios en el fin del mundo. En esta novela Cercas demuestra una vez más que es un novelista peso pesado que convierte una novela de argumento casi abstracto en una novela de aventuras que logra excitar nuestra atención y mantenerla hipnotizada durante la lectura. Es una verdadera proeza, por ejemplo, lograr atraer y mantener la atención en largos parlamentos en los que se aborda sofisticadas cuestiones teológicas. Solo vienen a mi mente dos autores con la destreza para construir novelas con una estructura dialógica compleja: Thomas Mann en La montaña mágica y los largos diálogos entre Hans Castorp y Settembrini y las discusiones filosóficas en Los hermanos Karamazov de Fiodor Dostoievsky.
El sexto sentido del autor ha percibido que cualquier ardid ya no funciona para galvanizar la intriga. La sensación que no nos abandona es que debió haber acabado unas cien páginas antes.
Pero estas virtudes del libro se van diluyendo conforme avanza el libro concebido y planteado como una novela negra, en la que se espera la solución de un enigma. La sensación que se apodera del lector al terminar de leer las 480 páginas de este libro es que o no hubo un enigma que desvelar o fue desvelado al principio. El propio autor lo constata en los capítulos finales cuando afirma: “He descubierto el secreto de Bergoglio. El secreto de Bergoglio es que no tiene ningún secreto; el secreto de Bergoglio es que es un hombre normal y corriente.”
Respecto a la pregunta que funciona como leit motiv en esta ocasión es fútil y su respuesta es más que predecible porque se trata de un dogma. Un dogma es una “proposición tenida por cierta y como principio innegable. En una entrevista concedida en el año 2022 por el papa Francisco a Marco Pozza y publicada en un libro titulado Credo, aquel resuelve la incógnita “…la carne resucitada no será nuestra carne presente, sino una carne espiritual, una carne transfigurada, como la carne resucitada de Cristo resucitado.” (pág. 72). El vicario de Cristo no podía tener otra respuesta, de modo que el autor peca de cándido al suponer algo diferente.
No había que darle más vueltas al asunto tratándose, por lo demás, de un dogma de la Iglesia católica. Sorprende que un novelista tan avezado en el uso de estrategias narrativas cometa el error de confundir un dogma con un enigma y le falte tino para usar y dosificar la técnica del dato escondido.
Cabe destacar que el retrato que traza del papa Francisco y de “Los soldados de Bergoglio” (los más cercanos asesores y colaboradores de confianza) es magistral, así como la radiografía certera de los males seculares que le han hecho perder vigencia a la Iglesia Católica en los últimos tiempos. El resultado es “una mezcla de crónica y ensayo y biografía y autobiografía, un experimento friki, un cajón de sastre… un batiburrillo de géneros”.
El final de la novela no tiene el acabado de las anteriores. El final llega por cansancio. Así lo acepta explícitamente el propio autor cuando, tras recibir la llamada telefónica de pésame del papa por la muerte de su madre, el autor afirma: “Francisco colgó, y mi mujer y yo nos quedamos callados, sin mirarnos. Junto a nosotros, los coches no habían dejado de circular por la carretera; en el cielo seguía brillando un sol invernal. Lo primero que pensé fue: ‘Qué raro, le he enviado un abrazo al papa’. Luego pensé: ‘Bueno, ahora sí: aquí acaba mi libro’”.
El sexto sentido del autor ha percibido que cualquier ardid ya no funciona para galvanizar la intriga. La sensación que no nos abandona es que debió haber acabado unas cien páginas antes. Cercas se autodefine como un “racionalista contumaz” y no le falta razón porque comete otra falla cuando quiere introducir una dimensión mítica en la historia mediante la voz del Cristo de Elqui, un santón chileno que murió en un manicomio. El loco de Dios en el fin del mundo merece leerse pese a los cuestionamientos formulados. La primera parte de la novela es, sin duda, inobjetable y está a la altura de sus más brillantes obras literarias.
