Escribe: Lucho Caro
La destitución exprés de Dina Boluarte refleja la tragicomedia política que parece no tener fin. La “permanente incapacidad moral” de la presidenta, conocida por sus cirugías estéticas y relojes de alta gama, es un reflejo del propio Congreso, que ha jugado a ser el salvador del país mientras arrastra un historial de corrupción y desconfianza, burlándose con cinismo de la situación.
Boluarte, quien fue sostenida en su cargo durante meses por una coalición de partidos de derecha, fue finalmente destituida con 122 votos a favor de su vacancia. Aquellos que la respaldaron en el pasado le dieron la espalda, buscando congraciarse con un electorado que, con un 94% de desaprobación hacia su gestión, es más crítico que nunca. ¿Acaso creyeron que este juego politiquero engañaría a alguien? ¿Tan cojudos fuimos?
José Jerí tomó las riendas, un político de 38 años que, además de ser el nuevo presidente interino, llegó al cargo con una mochila de escándalos que no se podía ignorar. El más procaz fue una acusación de abuso sexual en enero de 2025, donde la denunciante relató que, tras una reunión social, perdió el conocimiento y despertó con dolor en sus partes íntimas, encontrando una prenda del presidente interino cerca de ella. Aunque la investigación fue archivada por falta de pruebas, la sombra de esta acusación persistió.
Pero eso no fue todo. Durante su presidencia del Congreso, Jerí también fue investigado por desobediencia a la autoridad, al incumplir una orden judicial que lo obligaba a someterse a tratamiento psicológico por “impulsividad y conducta sexual patológica”. ¿Era este realmente el perfil que se necesitaba para guiar al país en una crisis tan profunda? Era un «pipiléctico».
La política peruana se ha convertido en un espectáculo donde el único ganador es la impunidad, y la población, como siempre, queda atrapada en medio de esta lucha de egos
A esto se sumaron acusaciones de corrupción relacionadas con su rol en la Comisión de Presupuesto. Se denunció que, mientras presidía dicha comisión, se entregó un soborno de S/150.000 a cambio de incluir un proyecto en el presupuesto del Ministerio de Economía y Finanzas. Esta serie de denuncias, junto a sus controversiales antecedentes, generaron inquietud sobre su capacidad para liderar en un momento de alta fragmentación política.
Mientras tanto, el pueblo pide la cabeza de todos los involucrados en este circo, desde la presidencia hasta el Congreso. La política peruana se ha convertido en un espectáculo donde el único ganador es la impunidad, y la población, como siempre, queda atrapada en medio de esta lucha de egos, donde solo se acomodan bien los que gobiernan.
Con elecciones a la vista y un panorama desolador, la pregunta permanece: ¿quién será el próximo en caer en este juego de sillas musicales? La inestabilidad sigue siendo la única constante, y lo que está claro es que la política en Perú no es más que un mal chiste que nadie se atreve a contar.
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