domingo, diciembre 28, 2025
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El fantasma de Franco (A 50 años de la muerte del dictador español)

La conmemoración de los cincuenta años de la muerte del general Francisco Franco, líder mesiánico que gobernó España con manos de hierro, es una ocasión propicia para hacer un ajuste de cuentas y resolver la principal hipoteca que pende sobre la gobernabilidad de este país.

El fantasma del franquismo recorre España. Pocos dictadores cumplen cincuenta años de muertos y gozan de la popularidad de Francisco Franco (1892-1975). Según reciente sondeo de opinión, un considerable veinte por ciento de españoles califica de bueno o muy bueno al régimen de Franco. Sobre todo los más jóvenes, por lo general desinformados o malinformados, descontentos por los bajos sueldos, el alto costo del alquiler de las viviendas y la falta de oportunidades tienden a mirar con nostalgia y a edulcorar un pasado que no vivieron.

España es un país indescifrable (“es el único lugar d¡¡el mundo donde dos y dos no suman cuatro”, según el Duque de Wellington) y capaz de autodestruirse lenta y sistemáticamente. Así lo atestiguan Thomas Macaulay, historiador y político británico que asegura que quien desee conocer hasta qué punto se puede debilitar y arruinar un gran Estado debe estudiar la historia de España. Agustin de Foxá dijo alguna vez que “los españoles están condenados a ir siempre detrás de los curas, o con el cirio o con el garrote”.



Estas dosis de irracionalidad, fanatismo, atavismo y barbarie en la idiosincrasia de los españoles explican en parte la supervivencia del franquismo en pleno siglo XXI.
Además de estos factores imponderables –entre los que cabe mencionar que los mecanismos de la memoria colectiva son enigmáticos y conducen a situaciones extrañas y paradójicas-, lo que ocurre en España es el resultado de la masiva y continua revisión histórica a la que fue sometida la narrativa de la guerra civil y de la larga dictadura. Esta labor de ingeniería social fue posible debido al control que el gobierno franquista ejerció sobre los medios de comunicación, el sistema educativo y los púlpitos de las iglesias católicas que transmitieron la imagen del “Generalísimo” como el “Salvador” de España. Un texto escolar de la época lo describía como “un enviado que lleva a cabo el plan divino de asegurar la salvación de la patria”.

Paul Preston, autor de la biografía canónica de Franco, señala que este es el menos conocido de los grandes dictadores del siglo XX. Y, al mismo tiempo, el más ensalzado al punto de que se le comparó con Alejandro Magno, Julio César, Carlomagno, el Cid, Carlos V, Felipe II, Napoleón y una hueste de héroes reales e imaginarios.

Los partidarios del revisionismo histórico difundieron, en la década de los setenta y ochenta del siglo pasado, la versión de Franco como un militar austero y honrado. En su libro La forja de un historiador (Editorial Crítica, 2024) Angel Viñas, sin embargo, revela que en 1940 Franco tenía una fortuna equivalente a 388 millones de euros.

Hasta su carrera militar en Marruecos fue sobredimensionada al punto de convertirlo en uno de los generales más jóvenes de Europa después de Napoleón. Pero lo que no se advertía era que el ejército español estaba atrasado respecto de los demás de Europa y que no cabía cotejarlo con grandes figuras de la época como Rommel o Montgomery. Arturo Pérez Reverte, irreverente y de prosa arisca, lo retrata como “un comandante gallego, joven, bajito y con voz de flauta. Esa apariencia en realidad engañaba un huevo, porque el fulano era duro y cruel que te rilas, con muy mala leche, implacable con sus hombres y con el enemigo”.

Saludo victorioso a las tropas flanqueado por Adolf Hitler. La única diferencia entre ambos es la escala de sus operaciones.

No hay duda que el legado de Franco aún gravita en la escena política española. Después de su muerte la transición política logró consensos para aprobar una ley de amnistía, los Pactos de la Moncloa, la Constitución de 1978 y la creación del Estado autonómico. Pero la política es el arte de lo posible. Hay asignaturas pendientes para la construcción de una democracia cabal, no se ha superado la polarización entre el franquismo y el antifranquismo que mantienen un frágil equilibrio en la cartografía política española: “De ese empate de impotencias surgió en España la democracia”, asegura Javier Cercas en su artículo “Nada que celebrar” publicado en el suplemento especial del diario El País.

¿Cómo salir de esta encrucijada sin patear el tablero? Es la pregunta a la que urge encontrar una respuesta. Una solución es un ajuste de cuentas con el pasado para allanar el camino a una reconciliación con las verdades históricas, conjurando el riesgo de repetir una y otra vez los mismos errores. Karl Marx, inspirado en la dialéctica de Hegel, sostenía en el 18 Brumario de Luis Bonaparte que la historia se repetía dos veces: una como tragedia y otra como farsa. El desafío de España es evitar la farsa. Ya la tragedia la ha vivido en carne propia.

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