Tras la partida del Papa Francisco, el mundo entero llora a un líder espiritual cercano. Pero en el Perú, su recuerdo tiene una raíz aún más íntima y sagrada. Jorge Mario Bergoglio, conocido como Francisco I, visitó el país entre el 18 y el 21 de enero de 2018, y en ese corto pero intenso tiempo dejó huellas imborrables. Su paso por Trujillo, en particular, fue un encuentro de fe que sigue vivo en la memoria de miles de creyentes.
Momento histórico
El 20 de enero de ese año, en la Plaza de Armas de Trujillo, el Papa coronó simbólicamente a la imagen de la Virgen de la Puerta de Otuzco, declarándola «Madre de la Misericordia y de la Esperanza». Ante una multitud emocionada, Francisco elevó su voz para honrar a la Madre de Dios y recordar que “en su corazón encuentran lugar todas las sangres”, un mensaje que resonó con fuerza en una región golpeada por la adversidad pero sostenida por la fe. Fue un acto de amor profundo, que selló el vínculo del pontífice con el alma del pueblo peruano.
Durante su homilía, el Papa hizo un llamado a la compasión y a la empatía, resaltando que la Virgen nos guía hacia una cultura de la misericordia y del encuentro. Su mensaje fue tan poderoso como conmovedor: “¿Qué sería del Perú sin las madres y las abuelas?”, preguntó con ternura, rindiendo homenaje a las mujeres que, como María, llevan adelante la vida en silencio, con amor y fortaleza. Aquellas palabras calaron hondo en los corazones y siguen siendo recordadas con emoción.
En el corazón de todos
No solo la fe marcó su visita. También hubo espacio para la solidaridad. Francisco recorrió el barrio de Buenos Aires, donde las secuelas del fenómeno El Niño aún dolían. Allí, saludó a los vecinos que lo esperaban desde las veredas y los techos, llevando consuelo con su sola presencia. Más tarde, en la Catedral de Trujillo, compartió momentos de oración con sacerdotes y seminaristas, alentándolos a seguir adelante con esperanza y entrega.
Hoy, el Perú despide a un Papa que lo amó sinceramente. Su legado no se irá con él: vive en la corona que puso a la Virgen, en las calles que recorrió, en las palabras que nos dejó y, sobre todo, en la fe de un pueblo que lo acogió como un padre.