Escribe: Luis Vega
Gladiador II es la última y más evidente prueba de la aridez artística de Ridley Scott. Quien en otrora fue un director notable, responsable de la genial Blade Runner, se ha empecinado tanto en banalizar su talento que, actualmente, ya no existen dudas de que este se ha perdido para siempre.
La película original no está a la altura de su envidiable reputación (Yi Yi, Unbreakable o In the Mood for Love, estrenadas el mismo año, son algunas de las que merecen ser más recordadas); sin embargo, al menos ofrecía un espectáculo entretenido y, a su manera, sincero. Máximo completa su venganza gracias al carisma de Crowe. Podemos creernos la veneración que el pueblo romano profesaba por el gladiador, la cual lo protegía de su poderoso enemigo, porque reflejaba los elogios que el actor cosechó en la realidad.
Sospecho que la verdad es incluso más penosa. Ridley Scott sí nota la mediocridad de su trabajo, pero ha dejado de importarle.
Con un protagonista menos magnético, la ficción se hubiera caído a pedazos; no es necesario un esfuerzo descomunal de la imaginación para concebir este escenario debido a la extrema semejanza entre primera y segunda parte, por lo que, a pesar de su evidente capacidad actoral, el intérprete desafortunado es Paul Mescal. El guion le hace flaco favor al equiparar su personaje con la sombra de Crowe, cuya armadura le queda grande, figurativa y literalmente.
De forma reveladora, la mayor fortaleza de Gladiador II es también su principal divergencia con la original: Macrinus, el antagonista shakespeariano, que supera en villanía al Commodus de Phoenix. La actuación de Denzel es vibrante y colmada de matices, y expone la poca calidad de los demás elementos de la cinta, como el par de Calígulas, el aburrido personaje de Pascal o la esposa de Lucius que pronto se olvida.
Si a Scott le quedara algo de la consciencia que guio sus primeros trabajos, reconocería el despropósito de filmar la misma película con tiburones por añadidura. Sospecho que la verdad es incluso más penosa. Ridley Scott sí nota la mediocridad de su trabajo, pero ha dejado de importarle.