En busca de la felicidad
Un día arrojé a los vientos todas mis vestiduras
mi persona postiza
mi dentadura postiza
me quedé igual que cuando vine al mundo
bailando al son de la zampoña tocada al pie del lago
por un colla
y vinieron a mí los peces y las aguas y las
golondrinas arrechas de la comarca
juntos realizamos las más increíbles orgías
fui tomando mi auténtica figura
mi inconfundible olor
comprendí que la felicidad
consiste en andar completamente desnudo
invadiendo la tierra.
Wayno de Comas
Hablo aquí, en este lugar, atrapado
al alambre de púas del combate social.
Hablo aquí, donde antes no había nada,
siento cada día aumentar mi jaleo.
mi voz, bien subversiva en esta tierra tomada
al impulso de tantos.
Somos 700,000 mil artistas preñados de violencia moderna,
entre ellos, muchos mejores que yo
hablan y escriben vaticinios.
Soy uno de tantos arrimados parábolas en un papel rayado.
Confieso: estoy experto en tomarles la palabra a quienes me rodean,
las tomo, les doy vueltas las meneo,
devuelvo de tal forma que ni los mismos padres reconocen a sus hijas.
Un día la masa dijo ¿somos o no somos?
Tomamos estos cerros, he aquí, se alza una obra grande
enganchada al remolino de la era espacial.
Mañana vendrán historiadores gringos: sociólogos,
psicólogos, antropólogos.
Dirán: “Qué interesante… ¿Koumas ega un paisaje lunag?”
Exacto. Vinieron los hombres de la masa,
no tenían agua para beber
pero sembraron árboles.
Asnografía
Cojo la pluma y nada
cada vez soy más zopenco
Quevedo
Tumbo y retumba pero aun no suena,
ni truena
mi escuálido quirquincho.
Siembro, podo, barbecho. Siembro,
vuelvo a podar, aparejo
sin descanso, mas no veo
crecer mi verdolaga.
Ando, trajino, sudo
la gota gorda hollando
estrambóticos senderos,
y siempre estoy reptando a tientas
lejos de mi propio recoveco.
¿Hasta cuándo no voy a articular mi rebuzno propio?
Hiervo, cocino, aderezo, sirvo
y a la postre cuaja, pero no cuaja
mi propia salsa.
Tiempo ha que machaco y le doy de alma
a esta mollera chúcara
por saborear deveras mi sandía.
Leoncio Bueno Barrantes
Nació en 1920 en la hacienda La Constancia, valle Chicama. Trabajó como peón agrícola desde pequeño y a los 19 años migró a Lima, trabajando como obrero en los sectores de construcción y textil, mientras se introducía en la literatura, el periodismo y la militancia política.
Fue miembro fundador del Grupo Intelectual Primero de Mayo, que organizaba recitales poéticos y publicaba cuadernos de poesía de corte proletario.
Su poemario “Rebuzno propio” recibió una mención honrosa en el Premio Nacional de Poesía de 1973 y una mención honrosa en el Premio Casa de las Américas (Cuba), en 1975. En el 2016 fue galardonado con el Premio Casa de la Literatura Peruana.
Ha publicado los poemarios “Al pie del yunque” (1966), “Pastor de truenos” (1968), “Invasión poderosa” (1970), “La dicha de los dinamiteros” (1976), “La guerra de los runas” (1980), “Cantos al sol de Cieneguilla” (2014), “Los últimos días de la ira” (1990), su autobiografía “Hijo de golondrino”, entre otros.