Escribe: Eduardo Zafra
La jornada laboral de Kike Ferrari arranca a las 8:00 de la mañana. Los pasajeros del subte se amontonan en los andenes esperando el tren. Conversan. Ríen. Fuman. El tren llega. Todos suben. Kike Ferrari, vestido con un mono azul reflectario, tiene que limpiar el desastre que los pasajeros han dejado en los andenes. Su jornada laboral acaba. No tiene tiempo más que para regresar a su casa, tomar sus maletas e ir al aeropuerto. Ha sido invitado a una feria de libros en el extranjero. Dará charlas, firmará libros y periodistas (como quien escribe estas líneas) harán una fila para entrevistarlo. Sin embargo, al volver a Buenos Aires, dejará atrás el glamour de un premiado escritor para volver a recoger el cigarrillo que un pasajero apagó delante suyo.
Kike Ferrari fue el invitado estelar de la II Feria Internacional del Libro de La Libertad y tuvo dos presentaciones con auditorio lleno en el recinto ferial, ubicado en la plaza de Armas de Trujillo, el viernes 19 y el sábado 20. Al igual que su literatura, parece un tipo duro: alto, cubierto de tatuajes (entre los más destacados la firma de Charles Bukowski y la pintura “El Grito” de Edvard Munch), peinado rapado a los costados, simulando una especie de cresta punk, joyería de plata y cuero, camisetas cortadas de bandas de rock-punk. Prefiere la cerveza en lugar que el agua.
Los sábados de 8 a 10 de la mañana no hace nada que no sea escribir. Y si es que no puede, porque las ideas no fluyen, se queda sentado mirando la pantalla de la computadora.
Su literatura nació en Estados Unidos, país en el que fue a buscar suerte en plena crisis argentina, pero del que terminó deportado, y con Operación Bukowski, su primera novela, bajo el brazo.
Ferrari “laburó” de todo. Él mismo reconoce que el menemismo transformó a la generación de los 90’s convirtiéndolos en «una máquina todo terreno, que no destaca en nada, pero puede hacer todo». Ferrari, personalmente, trabajó como fletero, electricista, taxista, vendió seguros, jubilaciones, celulares, etc. Aunque confiesa que no le gusta trabajar, siempre lo ha hecho, no solo para mantenerse a sí mismo y a sus 3 hijos, sino, también, como un impulso casi automático que conecta la inspiración con la escritura.
Admirador de Black Sabbath, admite que la música puede filtrarse en sus textos sin querer. A diferencia de otros escritores, Kike Ferrari no tiene un ritual para escribir; sin embargo, intenta plantearse un horario. Los sábados de 8 a 10 de la mañana no hace nada que no sea escribir.
«Y si es que no puedo, porque las ideas no fluyen, se queda sentado mirando la pantalla de la computadora hasta que las ideas salgan o hasta que el tiempo se acabe. Lo que pase primero», dice él.
A pesar de que su libro más reconocido es De lejos parecen moscas, su obra magna, considera, es un libro que saldrá el año siguiente titulado Si estás leyendo esto. Esta noche Kike Ferrari volverá a Buenos Aires, aterrizará, se pondrá el uniforme azul y tal vez algún pasajero apague un cigarrillo en su cara como diciendo “limpialo”. Entrará en bronca por 10 minutos, quizás pensando: “Ayer firmaba libros y hoy trapeo pisos”.