Escribe: Lucho Caro
«Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca». Esta frase de Borges cae de golpe entre mis pensamientos, tras mi visita el espacio provisional donde se encuentra hoy la Biblioteca Municipal de Trujillo, en las instalaciones de la Piscina Gildemeister. En lugar de un refugio vibrante de conocimiento, encontré un espacio desolado y similar a un cementerio de libros. Quizás la única lectura que se realiza allí es el epitafio de una cultura que parece haber pasado a mejor vida. Es verdaderamente penoso, increíble
El antiguo local de la biblioteca en la avenida España está cerrado desde 2019 por remodelaciones, según el alcalde Mario Reyna, que, a este ritmo, podrían calificarse como una serie de largas vacaciones permanentes. Este prolongado cierre nos ha dejado a los trujillanos sin acceso adecuado a la lectura, lo que amplía la brecha del desinterés por los libros. A pesar de contar con miles de textos y más de 20 mil títulos, la biblioteca se ha convertido en un espacio olvidado. Y pensar que en el 2017 fue reconocida como una de las mejores bibliotecas del país; hoy, ese mérito parece una broma de mal gusto.
En 2024, el mismo Mario Reyna anunció que la inversión necesaria para mejorar la biblioteca había sido validada y que el proyecto se encontraba en manos de la Oficina de Programación Multianual de Obras (OPMI) bajo el código N° 312007. Es un alivio saber que, al menos en papel, el proyecto tiene un código. Sin embargo, una pregunta inquieta: ¿dónde están los avances? La falta de progresos visibles desde el anuncio genera más dudas que certezas.
Esto no es sólo una falta de respeto hacia el conocimiento; es un ataque frontal a nuestra cultura. ¿Qué espera el alcalde?
Trujillo merece respuestas claras: ¿Qué plazos se han establecido? ¿Se han asignado recursos para iniciar la obra o se quedarán atrapados en una burocracia infinita? En realidad, son varios los proyectos culturales que duermen en la MPT y el dinero se evapora.
Mientras tanto, los libros siguen relegados a un espacio alternativo donde las condiciones son deplorables. Las estanterías, cubiertas de polvo, parecen más bien un homenaje al olvido. Muchos libros están deshojados, como si el tiempo se hubiera tomado la libertad de ignorarlos. La cercanía de la piscina no ayuda; el agua erosiona y honguea los ejemplares, transformando lo que debería ser un espacio de riqueza literaria en un símbolo de abandono. Esto no es sólo una falta de respeto hacia el conocimiento; es un ataque frontal a nuestra cultura. ¿Qué espera el alcalde que no destina recursos para mantener en buen estado tanto los libros como los estantes, que hoy son sólo un recordatorio de lo que solía ser?
Si realmente le preocupa la cultura en Trujillo, como suele manifestar, es hora de que actúe. Necesitamos una biblioteca que no sólo albergue libros, sino que sea un verdadero santuario para la lectura, un lugar que invite a la comunidad a explorar y aprender. Y, por cierto, ¿cómo pretende organizar la Feria Internacional del Libro de Trujillo si no puede mantener en condiciones decentes los libros de una biblioteca? Es más, según los mismos libreros, nunca se apareció por ninguno de los últimos cuatro festilibros, a los que la municipalidad no aportó ni un sol. Muy al contrario, el finado Elidio Espinoza y el controvertido Arturo Fernández sí asistían a estos pequeños pero significativos eventos literarios.
Repito: Trujillo merece una biblioteca que sea un verdadero paraíso del conocimiento, no un cementerio de libros. Por eso, hoy más que nunca necesitamos urgente de autoridades que entiendan de libros.