Escribe: Lucho Caro
El cobarde asesinato de Paul Flores, «Russo», vocalista de Armonía 10, desató la indignación de la población y un clamor por acciones efectivas contra la creciente inseguridad en el país.
La convocatoria a una marcha nacional el 21 de marzo en la Plaza San Martín, Lima, buscó visibilizar la alarmante cifra de más de 400 víctimas de la criminalidad en lo que va del 2025. Inicialmente, orquestas como Armonía 10 y Corazón Serrano se negaron a participar, alegando politización del evento. Sin embargo, ante la presión pública, decidieron unirse a la protesta. Los organizadores utilizaron las redes sociales para canalizar el descontento, con lemas que exigían una respuesta contundente al problema de la inseguridad, destacando la urgencia de acciones por parte del Estado. La marcha se perfiló como un evento necesario para la ciudadanía y en general, enfatizando la necesidad de enfrentar la creciente inseguridad.
La palabra «politizar» a menudo genera resistencias, especialmente cuando se asocia con eventos que buscan visibilizar problemáticas sociales. Sin embargo, es importante reconocer que las marchas no sólo son actos políticos, sino también espacios de expresión ciudadana donde se busca hacer conciencia sobre temas urgentes.
Tampoco olvidemos que las orquestas de cumbia participan en campañas políticas, actuando en eventos y mítines que refuerzan posturas y mensajes de diversas ideologías. Su música, entonces, se convierte en un vehículo para la política (o politiquería), aunque a veces puedan rechazar la politización de ciertas marchas.
Nacer ya es un acto político. Desde el momento en que llegamos al mundo, somos parte de un entramado social que está regido por normas, leyes y estructuras de poder. La política no se limita a las elecciones o a las decisiones gubernamentales; permea todos los aspectos de nuestra existencia. La idea de que «sin hacer» también es un acto político se relaciona con el concepto de la inacción. Elegir no participar en una manifestación o en actividades políticas es una postura en sí misma. La falta de acción es una aceptación del status quo o una forma de desinterés en los problemas sociales.
Cada individuo tiene la responsabilidad de involucrarse en la búsqueda de justicia y equidad, ya sea a través del voto, del diálogo en entornos comunitarios o del simple acto de informarse y educar a otros sobre temas relevantes.
Las marchas y protestas, como la de ayer, son expresiones colectivas de demandas sociales. Sin embargo, muchas personas se sienten reacias a participar en ellas porque creen que se han politizado demasiado. Esta percepción puede surgir de la asociación de ciertas causas con ideologías políticas específicas, lo que a veces aleja a quienes no se identifican con esas posturas. Pero, ¿podemos realmente separar el activismo social de la política? La respuesta es no. Ser parte de la sociedad implica enfrentar las realidades políticas que nos afectan. Ignorar las injusticias sociales, la desigualdad o la corrupción es, en sí, una elección política. La desmovilización de las masas es tan impactante como la movilización, ya que ambas decisiones moldean el paisaje político.
Aquí es donde entra en juego la participación ciudadana. Este concepto no sólo se refiere a la asistencia a marchas, sino a un compromiso más amplio con la comunidad y la democracia. Cada individuo tiene la responsabilidad de involucrarse en la búsqueda de justicia y equidad, ya sea a través del voto, del diálogo en entornos comunitarios o del simple acto de informarse y educar a otros sobre temas relevantes. La participación ciudadana es esencial para fortalecer la democracia, ya que permite que las voces de todos sean escuchadas y consideradas en la toma de decisiones.
En este contexto, aceptar que la política está en todos nosotros es el primer paso para entender que cada acción, ya sea activa o pasiva, contribuye al mundo que construimos juntos. Ser parte de la sociedad significa ser parte de la política, y cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar en ese proceso. La participación ciudadana es, por lo tanto, un acto político en sí mismo, que nos invita a ser agentes de cambio en nuestro entorno.
Y, aunque la censura Juan José Santibáñez, no acabará con la delincuencia, al menos es una sanción moral que recibió por su inacción. La marcha, incluso antes de llevarse a cabo, logró lo que muchos creían imposible: poner fin a su blindaje. Así que, que no se engañen: la política está en todos lados, y enfrentarla es un deber, no una opción.