Escribe: Omar Aliaga
El asunto es claro: mientras el señor Juan José Santiváñez siga como ministro del Interior, poco o nada se podrá hacer contra la criminalidad. El problema no es que solo sea incapaz (que ya de por sí es un problema mayor), sino que además fue puesto en el cargo para hacerle el trabajo sucio al gobierno de Dina Boluarte. Santiváñez llegó al ministerio para fungir de «chaleco» de la presidenta, no para combatir el crimen.
Y ese papel lo cumplió con esmero, ayudado, en gran medida, por el Congreso de la República. Así, se sacó de encima al coronel Harvey Colchaco, y se dedicó a mellar a la Fiscalía, que lo persigue a él y a su jefa circunstancial. En esta cruzada siniestra tuvo el apoyo de no pocos congresistas que, como él, se encuentran bajo la lupa del Ministerio Público.
Y por eso, a pesar de los desastrosos resultados de su ministerio, Santiváñez sigue siendo protegido por la mayoría de congresistas. Son tan miserables estos politicastros, tan viles, que prefieren mantener al amigo y aliado pese a que su presencia empeora la situación del peruano de a pie. Es decir: por protegerse entre ellos, dejan a merced del hampa a todos los peruanos.
si el señor César Acuña quisiera de verdad poner el pecho por los liberteños, como lo ha dicho, debería olvidarse de sus conveniencias personales y políticas y pedir la «cabeza» de Santiváñez.
El congresista liberteño Diego Bazán dijo horas después de los atentados, con la primera emoción del momento, que pediría la salida de Juan José Santiváñez. Después, bajó los decibeles y al parecer ha vuelto a la normalidad: el blindaje al ministro «chaleco». El resto de congresistas liberteños han hecho mutis. ¿Dónde están? ¿No tienen nada que decir en este escenario tremebundo? Con la excepción de Juan Burgos, que desde la Comisión de Fiscalización investiga al inefable ministro, los demás brillan por su ausencia.
Santiváñez, mientras tanto, sigue en lo suyo: levantando medias verdades o mintiendo sin rubor. Esta semana, tras los atentados, soltó el nombre de la fiscal amenazada (que la Fiscal de la Nación trató de mantener en reserva) y luego el del supuesto autor del ataque en Trujillo. Pero de esto último las dudas afloran en medio de informaciones cada vez más confusas.
Es un desastre de proporciones mayores, pero es protegido por los socios políticos de Boluarte, ese otro desastre indecible. Por ello, si el señor César Acuña quisiera de verdad poner el pecho por los liberteños, como lo ha dicho, debería olvidarse de sus conveniencias personales y políticas y pedir la «cabeza» de Santiváñez. Atrévase, señor Acuña, para poder creerle de verdad.
Es urgente que Santiváñez se largue. ¡Que se largue!