domingo, diciembre 28, 2025
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Las mayorías democráticas o el espejismo del poder

En estos tiempos convulsos en los que la democracia se vuelve una frustración, es menester discutir si realmente el poder político está en las mayorías o en las minorías. He aquí la opinión de nuestro colemunista Robert Jara.

Un pueblo tiene las autoridades que se merece   

El que la mayoría respalde una opción no implica que esta opción sea la más favorable, la idónea, la correcta. Tampoco implica que la mayoría goce de superioridad racional. El respaldo mayoritario es el factor numérico que echa andar el mundo cuando éste se atasca ante algún dilema; es el factor numérico que discrimina a favor de una de las opciones existentes, simplemente. La lógica es sencilla: es necesario elegir entra A, B, C, etc., para que el mundo se eche a rodar, se desatasque; ahí es cuando aparecen las mayorías democráticas, ahí es cuando su existencia adquiere razón de ser.

La toma de decisión colectiva, democrática, es un eufemismo que solapa y justifica la exclusión de las minorías comunes; y prioriza, entrona la voluntad de las mayorías. Es así como estas últimas dimanan monopolizando el devenir histórico y el “derecho a acertar o errar”. Pero, claro está, las mayorías no monopolizan la razón, ni los aciertos, ni la lucidez; como tampoco las minorías comunes monopolizan la sin razón, los errores, la miopía. Las mayorías legitiman una opción más no le otorgan calidad.

Si bien las mayorías desatascan el devenir histórico eligiendo la ruta a seguir, ahí mismo acaban sus facultades, su rol preponderante. Las mayorías entonces pierden sentido, son excluidas categóricamente de la planeación y ejecución de la ruta que ellas irónicamente eligieron. La construcción de la ruta elegida por las mayorías pasa a ser responsabilidad absoluta y exclusiva de las minorías de elite. ¿Es democracia, acaso, decidir por una ruta que otros han de concretar? En este sentido las minorías comunes sólo han de envidiarles a las mayorías el no ser un número más grande; detalle que, por cierto, las condena a una postergación sistemática y constante. ¿Por qué no son las minorías comunes las que desatasquen el devenir histórico? ¿Acaso las minorías comunes no tienen derecho a errar y/o acertar? Un simple número no debería negarle este derecho natural, pero sí lo hace.



¿Realmente las mayorías democráticas deciden el devenir histórico?: sí, pero sólo en apariencia: lo que se ve en el escenario no es más que un montaje formal.  Tras bastidores son las minorías de élite las que tienen y ejercen el poder real, las que deciden todo valiéndose de la parafernalia publicitaria y de las bondades de la psicología de masas. Las mayorías democráticas debido a su gran fe y esperanza depositada en el otro y a su alto índice de necesidades básicas insatisfechas resultan ser colectivos altamente domesticables; característica que muy bien aprovechan las minorías de élite. En este contexto, las mayorías democráticas resultan ser sólo conciencias extendidas o proyectadas de la conciencia de las minorías de elite, unos fantoches, unos ecos. Su poder de decisión es un infeliz espejismo, una ilusión, una cruel y simple acción inducida.

Las minorías de elite desatascan el devenir histórico valiéndose de su médium: las mayorías democráticas. Se valen para esto de su ponderada, funcional  e infalible estrategia de (in/se/re/con) ducción (manipulación o convencimiento) llamada marketing; invierten sin reparo ingentes cantidades de dinero en propaganda engañosa, en comprar y/o torcer conciencias, en pagar favores, en vender promesas que a priori saben que jamás dejarán de ser promesas, en jugar y traficar con la esperanza, aunque siempre verde, magullada; en realizar repartijas de dádivas (especialmente de víveres de primera necesidad) que temporalmente apaleen  las necesidades básicas eternamente insatisfechas. Mientras tanto, las mayorías democráticas padecen la ilusión de decidir (y ejecutar, de vez en cuando) su futuro; claro, con la posibilidad casi nula de poder descubrirlo, salvo raras excepciones; mientras las minorías comunes se reducen a simples gritos y aleteos de indignación y de impotencia que exigen el derecho históricamente negado a errar y/o acertar.

Así, creo, quedan burdamente repartidos los roles sociales en un típico proceso electoral (dizque) democrático.

“El poder coloca las autoridades que se propone”

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