Escribe: Jorge Tume
Hoy entierran al más grande responsable de que este país se caiga a pedazos. Se va entre el llanto real de quienes toleran el robo, el crimen y la doble moral, a cambio de un táper. Y también entre el llanto solapado de quienes, por su odio (encubierto) a todo lo que huela a izquierda, ven en cada corrupto de alto vuelo, un depositario de sus cursis emociones.
Pero, lo más importante, se va con los honores de uno de los gobiernos más corruptos, ineficientes, asesinos e impopulares de la historia; es decir, un homenaje a la medida, una fúnebre distinción de ese Estado paupérrimo que el difunto se empeñó en construir. Presidenta, ministros, congresistas y otros rufianes (que jamás saldrían a la calle sin el repudio de la gente), han llegado hasta su féretro a dejar las flores negras de su miseria.
A mí sí me duele la muerte de Fujimori. Porque se va sin pagar todo el daño que le ha hecho (y le sigue haciendo) a este país. Porque se va burlándose de esas familias a las que le mató, o mutiló, a sus hijos. Porque no devolvió (ni siquiera en reparación civil) los miles de millones que robó. Porque no pagó con creces la insania de haber pauperizado la educación y haber hecho de la política una eterna cortina de humo. Se va pasándose la ley por las verijas, como siempre fue su estilo.
Y no me vengan los fujimoristas (reales y solapados) con que «hizo cosas buenas y malas y que solo Dios debe juzgarlo», que «sentó las bases del Perú moderno», que «derrotó al terrorismo e hizo del Perú un país próspero en economía», y otras sandeces. Eso se llama complicidad con el crimen; alcahuetería siniestra; el odioso “roba, pero hace obra”. Porque derrotar al terrorismo y sanear la economía era su obligación gubernamental. Para eso fue elegido. No fue elegido para regalarnos un engendro como Montesinos; para robar a manos llenas; destruir la institucionalidad; regalar las riquezas al capital extranjero. No se le dio carta blanca para crear diarios chicha y programas de farándula, idiotizantes; para emputecer a la gran prensa a punta de fajos de dinero; para hacer de la mega corrupción una forma de gobierno; para permitir que al Congreso empiecen a llegar faranduleros, mercachifles, brutos y choros de baja estofa, a los que solo les importa sus bolsillos y no el bienestar de la gente. No se le llevó al poder para perseguir, encarcelar, torturar o matar a quienes denunciaban estas trapacerías. Se le dio la banda presidencial, no una banda de delincuentes, que fue la que nos gobernó en los noventas.
Hoy sus partidarios (visibles y solapados) piden que «se respete su muerte, que eso te hace mejor ser humano». No, no, no. No es falta de respeto. Es memoria y justicia frente a quienes quieren lavarle la cara con lejía. Es memoria, para decirle a las nuevas generaciones que nunca más apañen a otro sujeto similar. Nos quieren presentar (con ayuda de la gran prensa) a un viejito bueno, cuando bien sabemos que fue un inescrupuloso al que le costó, siquiera, pedir perdón.
Y es curioso que quienes piden respeto y lloran por las redes cada vez que muere un ladrón de alto vuelo, son quienes se burlaron abiertamente (y en secreto) de los casi 60 muertos a manos de este gobierno; y también de Inti y Bryan; o de los muertos de la Cantuta, Barrios Altos y Pativilca. Para ellos solo es válido el dolor de los corruptos de cuello y corbata, no el de esa familia de Barrios Altos a la que la dictadura fujimorista le acribilló a su niño de 8 años, cuando este corría a abrazar a su padre que era asesinado. Para ellos no hay lágrimas ni pedidos de respeto. Esa doble moral y pensamiento retorcido es, también, hechura del difunto. Pero allá ellos con su miseria humana.
«Eso se llama complicidad con el crimen; alcahuetería siniestra; el odioso “roba, pero hace obra”. Porque derrotar al terrorismo y sanear la economía era su obligación gubernamental».
Me duele la muerte de Fujimori porque aún seguirá viviendo un tiempo más, a través de Keiko. Y ya sabemos que gran parte de la crisis institucional, económica y de inseguridad, se la debemos a ella. Los congresistas, ministros, gobernadores, alcaldes, que día a día se orinan en la patria, son creación del difunto (porque “normalizó” la corrupción) y ahora es el capital de su hija. No olvidemos que el fujimorismo sigue polarizando a la ciudadanía cuando de elecciones se trata. Y cada elección es un manual artero de malas prácticas políticas. El fujimorismo, y su gran poder congresal, ha cogobernado con todos los presidentes que están presos o enjuiciados (hoy es el soporte principal de este gobierno). El fujimorismo ha convertido su propia Constitución nefasta en un papel remendado por enésima vez. El fujimorismo es ese que hoy permite que las leyes sirvan a las organizaciones criminales. Se jactan de haber vencido al terrorismo, pero alientan (con sus leyes y silencio) el terrorismo urbano que nos agobia. Muy aparte de contribuir a que, en el extranjero, la imagen de nuestro país sea poco menos que la de una enorme barriada sin ley, una manada de enajenados que rinden homenaje a sus verdugos.
Así que no confundan verdad con odio. No pidan lágrimas a la gente que tiene decencia y memoria. No pidan llanto a quienes aún siguen padeciendo esa pesadilla que nació el 5 de abril de 1992.
Hasta nunca, Alberto Fujimori. Que te lloren los de tu calaña.