domingo, diciembre 28, 2025
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Mi encuentro con Gerardo Chávez, trujillano universal y profeta sin tierra

El autor del monumental tríptico "Homenaje a la papa" fue un artista que no cesó de experimentar. Así lo define el docente y periodista Domingo Vargas Loli, quien desde Madrid, España, rememora cómo conoció a Gerardo Chávez y cuánto significa su pérdida para la ciudad que lo vio nacer: Trujillo.

Gerardo Chávez (Trujillo, 1937-2025) nunca fue profeta en su tierra y esto le dolía mucho. Había invertido buena parte de su fortuna construyendo una casa museo a la altura de las mejores de Europa y no había recibido la respuesta esperada. Había construido un café- bar como los del Barrio Latino en París y un museo del juguete y la respuesta había sido la misma indiferencia o la magra aceptación. Por eso sus relaciones con su ciudad natal fueron ambivalentes y contradictorias. Me imagino que eso se agudizó en los últimos tiempos de rechazo frontal ante la degradación de la calidad de vida en su ciudad natal.

Aunque no siempre fue así. Lo conocí en 1979 cuando leí una nota de prensa publicada en el diario “La Industria” que informaba que el Municipio de Trujillo iba a rendir homenaje al artista plástico casi veinte años después que marchara al exilio voluntario en París. El evento tuvo lugar en el Teatro Municipal y el discurso encomiástico lo pronunció el historiador Héctor Centurión Vallejo, quien con elocuencia hizo una reseña del homenajeado. Por entonces recuerdo que me llamó la atención su tenida informal, su porte de artista rebelde, su aire distraído.

Esa noche vi sus cuadros en una breve muestra retrospectiva y sentí una extraña fascinación por ellos. Me sentí seducido por sus personajes, extrañas criaturas proteicas que tenían una fisonomísa híbrida: eran seres que habitaban en el mundo onírico del pintor y en la memoria colectiva de los habitantes de estas latitudes, descendientes de los extraordinarios alfareros de las culturas mochica y chimú. Mi inveterada timidez me disuadió de abordarlo. Pero inicié una pesquisa sobre su vida y su obra. Así fue como descubrí que su fama y reconocimiento lo habían catapultado al Diccionario Larrouse. Nadie me había hablado de él, ni Mariano Alcántara ni Carlos Manuel Porras, mis octogenarios contertulios; ni sus compañeros de generación del grupo Trilce.



Había viajado a Europa en 1959, junto a Tilsa Tsuchiya y Alfredo González Basurco. Desembarcó en Florencia (Italia), donde vivió un año hasta que el pintor chileno Roberto Matta descubrió su obra en Roma y lo llevó a París, donde expuso en diversas galerías hasta que conquistó un espacio en el competitivo mercado de las artes plásticas.

En la década de los años ochenta (1983-1985) la organización de las bienales de pintura absorbió sus mejores energías. Así, en 1983, Trujillo fue el epicentro de las bienales de arte que conmovieron la escena plástica haciéndole dar un salto cualitativo. Por vez primera los trujillanos fueron espectadores atónitos de expresiones artísticas radicales como la performance o las instalaciones. Un artista se bañó con baldes de pintura haciendo arte en vivo en las por entonces apacibles calles de Trujillo.

“También esto es arte”, se preguntó más de un despistado que hasta entonces solo creía que arte era la expresión atrapada en los marcos de un cuadro que mostraba figuras reconocibles por los sentidos.

La experiencia fue tan novedosa que despabiló muchas conciencias y vocaciones. De ahí que no sea casual que una hornada de pintores irrumpiera con obras que adoptaban la modernidad de la pintura, hasta entonces anquilosada en el indigenismo y algunos atisbos de ruptura que no terminaban de concretarse. De la inercia y el marasmo en las artes plásticas se pasó a un clima efervescente. Concursos, exposiciones y la apertura de galerías constituyeron un clima propicio para el ejercicio de las artes plásticas. De pronto ser pintor en Trujillo pasó de ser un oficio excéntrico a tener carta de ciudadanía. Ser pintor no era un sueño inverosímil, una pasión inviable; como lo demostraba el pintor Gerardo Chávez, que regresaba con frecuencia a Trujillo después de haber triunfado en Europa y haber logrado fortuna material y fama artística y mundana, un artista provisto de las dosis de tenacidad y talento necesarios podría hacer de la pintura el centro de su vida.

El artista Gerardo Chávez posa con su libro de memorias «Antes del olvido».

Hasta entonces había preferido admirar al artista de lejos. Pero el año 1986, viviendo una temporada en París, decidí visitarlo en su atelier. Me armé de valor y toqué la puerta de su estudio. Cuando le dije que era periodista y que colaboraba con “La Industria” me hizo pasar muy amable. Acto seguido, sin esperar mis preguntas, hilvanó un largo monólogo lleno de críticas y diatribas. Lo único que saqué en claro cuando paró de hablar fue que no colaborarla más con la Tercera Bienal de Trujillo. Era un asunto de egos que no merecía ventilarse públicamente. Así que cambié de tema y hablamos sobre arte, su verdadera y auténtica pasión. Fue tan placentera la charla que descorchó dos botellas de vino y, como un niño que exhibe su nuevo juguete, desembaló un cuadro y me lo mostró en todo su esplendor. Recuerdo que se llamaba Le demon de la jalousie (El demonio de la envidia) y lo enviaba a la mundialmente conocida Bienal de Venecia. Cuando salí de su casa ya era de noche y volví a mi refugio de asilado político saltando el control del metro de París.

Después lo volví a ver esporádicamente. Creo que él no recordaba esa tarde que me mostró sus demonios personales y artísticos. Un día del año 2015 me llamó por teléfono para ofrecerme la dirección de una revista de arte, acepté el encargo y publicamos tres números de “Mirarte”. En el 2024 recibí una llamada del pintor Carlos León que me invitaba al cumpleaños de Gerardo Chávez. Fue la última vez que lo vi, recuerdo que lucía un radiante aspecto físico. Estaba optimista y tenía muchos planes. Cuando cumplió ochenta años en una entrevista que brindó a la revista “Cosas” dijo que quería seguir jugando. “Me falta el cuadro; ese cuadro para el que nací. O encontrar un cuadro entre todo, porque todo es inconcluso. ¿Qué cosa es terminar? ¿Morirse?…» ¡Ni eso! Creo que con su trágica desaparición, Trujillo pierde a uno de sus artistas más universales. Trujillo va perdiendo la batalla contra la verdadera incultura. Nos estamos quedando más solos que nunca.

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