Escribe: Robert Jara
Sabido es que existe un tipo de escritor que en realidad no escribe sus obras, sino que otro se las escribe; entre el primero —el negrero literario— y el segundo —el negro literario— se establece un pacto de complicidad o silencio que se sella antiéticamente con un fajo de dinero.
Se trata de una transacción donde el negro literario prostituye su talento; pues, no le pagan por su talento en sí, sino por renunciar al producto de su talento, su obra; por renunciar a su derecho de autoría, por desaparecer del medio literario y mantenerse en el anonimato; le pagan por hacer pasar el producto de su talento como si fuera el producto del talento de otro. La cuestionable transacción se ha (ex)tendido.
Hace un par de años, en una feria del libro, durante la sobremesa, escuché a un escritor, famoso él, comentar que escribía sin preocuparse en absoluto por la corrección idiomática de sus obras. Cuando alguien de los presentes le preguntó por qué lo decía, suelto de huesos, casi jactándose, respondió: «Bueno, para eso está mi corrector de estilo». Yo no solo me quedé sorprendido, sino, también, decepcionado del escritor; pues, siempre he creído que son competencia y responsabilidad inherentes al escritor, el manejar el lenguaje con un nivel de corrección superior a quien no se jacta de serlo. En ese momento pensé en la honestidad del escritor al presentar su obra como suya, cuando el corrector ha sido gravitante; pues, no solo ha corregido errores ortográficos, gazapos, dedazos, etc., sino que ha corregido “agresivamente” errores estructurales, llegando al extremo, quizá, de rehacer un texto. Pensé: ¿hasta qué punto es realmente honesto no considerar al corrector como coautor de una obra? Si un corrector ha corregido un texto ajeno tan agresivamente que en realidad es, más bien, coautor, pero a duras penas aparece en los créditos como corrector, es un negro literario y el “autor”, un negrero.
En el mundo cumbiambero, suceden prácticas indeseables similares, aunque su existencia es más solapada. Por ejemplo, existe la práctica de trasiego rítmico; aquella costumbre de pasar una balada, un wayno, por ejemplo, a cumbia, y que, además, luego, los grupos graban y difunden sin siquiera mencionar al compositor o al cantante en cuya voz la canción se hiciera originalmente famosa. Esta práctica ha creado y puesto de moda muchísimas cumbias en el mercado, que, sin caer en lo despectivo, podríamos llamar cumbias transgénero; y que a punta de usanza se ha normalizado, será porque implica no pagar derechos de autoría —so pretexto de rendir homenajes o por simple viveza cumbiambera—, y porque, obviamente, resulta más cómodo y barato grabar una canción antigua y conocida en vez grabar una canción inédita: cero riesgo musical, cero apuesta por los (nuevos, emergentes) compositores. Creo, no hay tanto mérito, aunque así se pretenda vender, en cantarle al público un cover, como si lo hay en cantarle una canción inédita, propia, desconocida.
En el mundo cumbiambero, suceden prácticas indeseables similares, aunque su existencia es más solapada.
Existe en el mundo cumbiambero otra práctica, aún más cuestionable, cuando de grabar y difundir cumbias inéditas se trata. Muchos grupos le ofrecen al compositor dos ofertas: la primera, le pagan por su canción, pero mantiene la autoría y los derechos; la segunda, más cara, por lo tanto, más tentadora, le pagan por su canción, pero renuncia/pierde completamente la autoría y los derechos; es decir, el compositor vende literalmente su obra, la abandona, desaparece, se hunde o lo hunden en el anonimato. En la segunda oferta, como sucede en el mundo literario, el compositor resulta siendo, simplemente, un negro musical y el grupo cumbiambero, un negrero. El mercado negro se ha (ex)tendido. Y para agravar el asunto, la segunda oferta da pie al nacimiento de un intermediario, empresario, así le llaman con pompa y plástico respeto, quien, gracias a su solvencia económica, mas no a su talento musical, no solo se apropia mercantilmente de las canciones, no solo se fabrica un renombre como compositor en base al talento de los verdaderos compositores, sino que es quien, finalmente, provee de cumbias inéditas a los grupos cumbiamberos.
No puedo comprender cómo es posible que haya gente que, con desparpajo, no solo puede pasar como suyo algo que no lo es, desde el punto de vista creativo, sino que, además, se enorgullece.