sábado, noviembre 23, 2024
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No es una crisis, es el sistema

Vivimos una crisis que genera pocas esperanzas. Pero, ¿podremos revertirla utilizando las viejas fórmulas? ¿Esta es solo una crisis coyuntural o algo más profundo?

Escribe: Eliana Pérez Barrenechea

No estamos ante una crisis política más, sino ante la crisis profunda del propio sistema. Lo que hemos considerado una democracia emana una pus bicentenaria. Una pseudodemocracia que no ha cumplido la promesa de servir a todos y, por el contrario, ha construido una sociedad excluyente.

Augusto Salazar Bondy planteaba un cambio de modelo de la sociedad peruana, con un sistema educativo emancipador que revirtiera “la mistificación de los valores, la inautenticidad y el sentido imitativo de las actitudes, la superficialidad de las ideas y la improvisación de los propósitos”, que la caracterizaban y que persisten en las prácticas políticas en los espacios de poder, generando una cultura de la corrupción con el consecuente rechazo ciudadano a la política.

Hoy el sentido común de las mayorías ha simplificado esta reflexión en la frase: “Esta democracia ya nos es democracia”. Cantándola con dolor e impotencia a un régimen autoritario e indolente que las desprecia.

En este escenario crítico, algunas voces de las clases medias que permanecieron cómodas en el sistema, reclaman ahora por la indiferencia e inmovilidad de la ciudadanía ante el “deterioro institucional”, cuando dicha institucionalidad no ha sido una respuesta para los sectores populares, que durante meses se movilizaron con un costo invaluable, de criminalización, muerte e impunidad.



Protestaron contra la instalación de un régimen de facto, que usurpando el poder ha consolidado un pacto que busca perdurar sobre los restos de un sistema fallido, cambiando las reglas de juego, instrumentalizando los mecanismos de ficción que la democracia liberal ofrece. De esta manera, las nuevas elecciones no serán una salida, sino la continuidad de una dictadura que se empodera.

Son estos mecanismos “democráticos” los que le han permitido al Congreso y a Dina Boluarte cambiar la Constitución que juraban preservar, eso sí, sin Pueblo, sin proceso constituyente, ni debate. Pero también sin respuesta ciudadana, porque pareciera que -al fin y al cabo de 50 muertos– hemos asumido que la democracia misma es una ficción.

Cómo entendemos lo que pasa en el Perú es central para buscar salidas. ¿Estamos ante una crisis coyuntural o ante un sistema en implosión? Parece que los defensores del sistema son conscientes de lo segundo y se reorganizan con prisa, mientras otros, esperan pasar la crisis con nuevas elecciones y disputar una porción de poder.

¿Será posible ver una oportunidad de transformación radical de las viejas estructuras y de nuevos horizontes? ¿Quiénes pueden participar con sus propios cuerpos y voces, sin representaciones que sustituyan, como lo advierte María Galindo? Planteo estas preguntas lidiando con mi propia desesperanza, sin embargo, aún nos queda comunidad que nos sostenga y nos permita imaginar un cambio de rumbo, construir nuestras propias utopías despatriarcalizadas, descolonizadas y, sí, también anticapitalistas.

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