domingo, febrero 23, 2025
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Querer, siempre; poder, a veces

Hay personas que asumen literalmente al querer es poder: quieren algo, se cruzan de brazos, cierran los ojos, y esperan que lo querido caiga como fruta madura; en este sentido la popular expresión encarna a la esperanza y al optimismo hiperbólicos. Reflexionemos, junto a Robert Jara, sobre ello.

¿Qué sería de una hormiga que se propone ser un elefante? Sufriría innecesariamente, pues, no importa lo que haga, cuánto se esfuerce, jamás podrá lograrlo. Sucede que quiere lograr algo que por definición está fuera de su alcance; pero, claro, ella no lo sabe o, quizá, sucede que cree a ciegas en el popular dicho que reza: querer es poder. 

Ahora, si una cigarra le dijera a la hormiga que querer es poder es una patraña, que jamás podrá ser un elefante, la hormiga y su entorno inmediatamente la tildarán de pesimista, y por qué no, de envidiosa. Y como nadie en su sano juicio quiere ser un pesimista –ni envidioso–, por políticamente incorrecto, la cigarra recula, se retracta. La hormiga ha incurrido exitosamente en la práctica de la descalificación sistemática para legitimar su optimismo o, quizá, su ignorancia. Pesimista es aquí la palabra mágica que convierte a querer es poder en una expresión intocable, robusta, incuestionable; la instala como una verdad inamovible en el imaginario colectivo. Pero, ¿querer es poder, realmente?

Hay personas que asumen literalmente al querer es poder: quieren algo, se cruzan de brazos, cierran los ojos, y esperan que lo querido caiga como fruta madura; en este sentido la popular expresión encarna a la esperanza y al optimismo hiperbólicos; o a la ruta onírica del mínimo esfuerzo: si se puede lograr lo querido sin hacer (casi) nada, ¡oh, qué maravilla!, ¿no? Hay personas que saben que la expresión es metafórica, por lo que despliegan e invierten todo su esfuerzo para lograr lo querido; en este sentido la popular expresión encarna a la motivación y alientos extrínsecos, encarna a la necesaria utopía: tentar la luz, aunque no se alcance, que en el camino se encontrarán otros logros. Y hay personas, apenas unas cuantas, que saben que la expresión tiene sus limitaciones inherentes; es decir, saben que no basta con querer, saben que no basta con desplegar esfuerzos; y saben, sobre todo, que hay que saber querer, lo cual les exige ser conscientes de sus propias capacidades y limitaciones; en este sentido la popular expresión exige (auto) conocimiento, y encarna un optimismo y un aliento, pero realistas. Parece obvio que las personas deberían querer solo aquello que saben que está al alcance de sus capacidades para no sufrir innecesariamente, si acaso esto último tiene sentido, pero no lo es, el optimismo exacerbado o la sobrevaloración de sus capacidades nublan o distorsionan su juicio.

Entonces, ¿la cigarra es pesimista? No, ni la cigarra es pesimista, ni la hormiga es optimista; la cigarra es realista, la hormiga es cándida, desinformada, conformista. No es que la cigarra crea –anhele– que la hormiga no pueda ser un elefante, solo sucede que sabe que la hormiga no puede ser un elefante; su pesimismo, si se le quiere seguir llamando falazmente así, se sustenta en el conocimiento, no en el anhelo, no en la creencia. La envidia, aquí, como se puede colegir, no tiene cabida, aunque siempre se la invoque.



–Cargaré sobre mi espalda esta canica de plomo –asegura la hormiga.

–Ajá, claro. No ves que es ligera como una miga –comenta la cigarra con sarcasmo.

–¡Tú siempre tan pesimista! –reniega la hormiga.

–Un pesimista es un optimista bien informado –acota la cigarra, apelando a la ley de Murphy.

No es malo querer, malo es que una persona crea que puede lograr todo lo que quiere, ignorando que el conjunto de las cosas que quiere siempre será más grande que el conjunto de las cosas que puede lograr; ya sea porque es posible lograrlo, pero su esfuerzo no es suficiente; o porque no sabe que lo que quiere está más allá de sus capacidades. Se puede querer todo, claro que sí, nada lo impide, pero solo se puede lograr una parte. Lamentablemente, el querer es poder no es una cábala que cristaliza todos los anhelos.    

Una hormiga lenta quiere una miga que yace en la espalda de una hormiga veloz. Si la hormiga lenta es conformista, se sentará a esperar a que la miga le llegue por arte de magia; si la hormiga lenta es optimista a ciegas, correrá tras la miga hasta desfallecer en el intento; si la hormiga lenta sabe que es más lenta que la hormiga veloz, renunciará a la miga, aunque puede que no y se dedique, primero, a mejorar sus capacidades. He allí algunas posibles lecturas y abordajes del querer es poder, una expresión casi siempre invocada con ínfulas de optimismo hiperbólico. El querer es poder, sin conocimiento, lanza un halo de luz sobre la miga, mas no sobre la hormiga veloz. El querer es poder, sin conocimiento, aboga por que la miga no luzca utópica, aboga por que la hormiga lenta no tome conciencia de sus capacidades y limitaciones. El querer es poder, sin conocimiento, condena a la hormiga, a priori, al dolor, al fracaso, innecesarios. Pero, en este punto, es menester señalar una limitación fundamental e incómoda: ¿es posible saber hasta dónde una persona puede desarrollar su potencial, mejorar sus capacidades?, ¿es posible saber con certeza, que con esfuerzo y tiempo una persona podrá lograr lo que ésta actualmente fuera de su alcance? ¿Es posible que la hormiga lenta alcance a la miga, por ejemplo? Ah, pero otro asunto es que la hormiga quiera ser un elefante; aunque, recordemos, ir a la luna, en algún momento, se creyó imposible, una locura; como imposible se creyó, también, que el hombre llegara a comunicarse por medio de un dispositivo electrónico tan diminuto.    

A la luz de lo expuesto, a la expresión de marras, aunque con pinzas, la reescribo: querer, siempre; poder, a veces.

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