domingo, diciembre 28, 2025
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Ramiro Sandoval Huamán: tu luz seguirá encendida entre nosotros

Acaba de partir a la eternidad el médico Ramiro Sandoval Huamán, extraordnario ser humano. Se desempeñaba como director del hospital de EsSalud de Virú. Su trágica y temprana partida ha generado conmoción entre quienes lo conocieron. Este es un homenaje de su amigo, el poeta César Olivares.

Ayer tuve la oportunidad de ver la noticia en las redes sociales mientras finalizaba mi clase. No le presté atención. Producto de la inseguridad, tanto ciudadana como vial, hemos terminado por normalizar el arrebato violento de la vida. En estos despojos colmados de indolencia nos ha convertido la sociedad actual y la lucha por la diaria subsistencia. No obstante, como si fuera un aviso canalizado de alguna parte, esta misma noticia me abordó como enjambre desde distintos medios. Entonces reparé en la fotografía que acompañaba la tragedia, era la tuya; en el nombre de la víctima, era el tuyo, estimado doctor Ramiro Sandoval.

De inmediato, una incesante catarata de imágenes dio cuerda a la tristeza. Los recuerdos, cada uno mejor que el otro, pero todos evocadores de la más noble nostalgia, tornaron pesado el entendimiento y no quedó más remedio que agachar la cabeza. ¿Por qué la muerte tiene predilección por las mejores personas? ¿Qué gusto tendrán las nobles almas que el insecto de la muerte quiere detener para siempre la relojería de sus corazones?

Eras médico y te apasionaba tu carrera, por eso te decía doctor, aun cuando alguna vez compartimos experiencias pedagógicas en aulas preuniversitarias. Cómo olvidar tu extraordinario don de gente, tu hablar sosegado y tu sonrisa amable, bellos atributos que aquellos que te conocieron van a extrañar más que nunca. Mientras escribo estas líneas escucho tu voz, aquella que se apagó en el chirrido de los frenos de tu pequeño auto rojo en plena Panamericana Norte, aquella que hace algunos meses me pidió que le firmara el libro que acababa de publicar, aquella voz que unos años atrás puso la calma en medio de un conato de bronca entre amigos, aquella voz que me dijo que lo busque cada vez que esté de paso por Trujillo, para que no sea la última vez que compartimos algo.



Y vaya que fue la última vez. Acabo de buscarlo entre mis contactos y ahí está el número que me brindó en la última sobremesa. Ahí están los guarismos, intactos en la pantalla, esperando esa presión de índice que nunca ocurrió, aguardando ese timbrado para compartir alguna buena conversa antes de que la muerte termine por estropearlo todo. Lo demás es silencio. Incredulidad y silencio. El mismo silencio arrastrado desde Virú, ciudad en la que fuiste un director de hospital empático con las necesidades de la población, hasta las calles erosionadas de Trujillo, donde tus amigos y excolegas lamentamos tu partida.

Qué extraño destino el tuyo, estimado Ramiro: partir cuando el sol aún se negaba a morir entre los cultivos. Has iniciado el viaje, pero tu energía queda entre nosotros, repartida en la memoria de quienes necesitan consuelo. Hoy tus manos descansan entrelazadas, pero tu luz sigue encendida en los pasillos y oficinas del hospital, en las aulas donde sembraste conocimiento, en los corazones que aprendieron de ti el valor de la abnegación y la humildad.

Que la tierra de Virú te recuerde con ternura, que las manos que sanaste eleven plegarias en tu nombre. Que tus amigos aprendan a vivir cada día como si fuera el último, con mucho amor y priorizando lo verdaderamente importante. Ve en paz, amigo Ramiro Sandoval Huamán, que allá donde vayas encuentres la paz de los últimos días que aquí te fue esquiva.

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