jueves, septiembre 19, 2024
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Un hijo literario se defiende solo

El que un padre exprese públicamente que su hijo es hermoso, o al menos que no es feo, es normal y comprensible. Pero, ¿lo mismo debe suceder con un hijo literario? ¿Un autor debe defender su propio libro?

Escribe: Robert Jara

Para un padre, creer y pregonar incondicionalmente que su hijo biológico es bello, no solo es normal y comprensible; pues, no solo goza del privilegio para defenderlo con uñas y dientes de las apreciaciones adversas, desfavorables, sino que, además, resulta con el aura de buen padre, de padre león, robustecida. Esto, lamentablemente, no es cierto cuando de un hijo literario se trata; un buen padre literario, una vez que lanza a su hijo literario a la calle, lo dejará que se defienda solo; curiosamente, un libro, por su propio bien, solo admite la defensa de terceros o, mejor aún, de extraños.

En mi no tan breve trajinar literario he sido testigo de actuaciones patéticas de varios escritores, ya sobrios, ya ebrios, y subrayo lo último solo para que la gente dada a prejuiciar al alcohol, y, por ende, a los boatos, no crea que se trata de un elemento determinante. A algunos los he visto, ganados por el peso de sus egos, con total desparpajo, dedicarse a reventarles gratuitamente cohetes a sus propias obras; es decir, a ellos mismos: “no es que el poema sea mío, pero es buenísimo”; “si el cuento no fuera mío, diría que es perfecto”, “mi novela es de antología” … ¡Qué vergüenza ajena, por Dios! Pero como si lo dicho no fuera suficientemente patético, a algunos escritores los he visto, azuzados por las heridas de sus egos, infringidas por la crítica adversa, desfavorable, salir con la pata en alto y con uñas y dientes, como padres biológicos, a defender a sus hijos literarios: “es un mal crítico”, “no sabe de literatura”, “me tiene envidia” …

¿Por qué resulta legítimo defender a un hijo biológico, pero no a un hijo literario? Porque la (pro)creación de un hijo biológico no admite ensayos, no admite intentos, nace entero y en limpio; y esto, lo hace merecedor de un amor incondicional y sobreprotector, y si es feo, sujeto a la negación permanente o a la defensa cerrada y sin cuartel de parte del padre. Por otro lado, la creación de un hijo literario sí admite ensayos y bocetos, admite intentos, nace y crece por partes, nace y crece en borrador, lo que le otorga al padre el privilegio o responsabilidad, más bien, de rehacerlo, retocarlo, maquillarlo; en suma, mejorarlo, embellecerlo, hasta que esté listo para lanzarlo a la calle. El que un hijo biológico salga feo no es responsabilidad del padre, claro, obviando el determinismo biológico; el que un hijo literario salga feo al mundo, sí; y esto último, justamente, es lo que priva al padre literario a salir a defender a su hijo de la crítica adversa. No obstante, lo argumentado, la defensa cerrada de parte de un padre biológico no lo es por siempre, sino solo hasta que el hijo biológico alcanza la mayoría de edad; a menos, claro, que el padre padezca de sobreprotección o el hijo padezca de papitis aguda.       

En principio, la legítima licencia para expresar públicamente, mas no creer(lo) o asumir(lo), sin caer en lo patético, cuan bello es un hijo literario, la otorga, lamentablemente, solo la valoración de los pares, el reconocimiento público; la propia valoración es irrelevante, aunque puedas gritarla, sugerirla, imponerla; pues, desde el momento en que escribes y, sobre todo, publicas, crees, asumes, alucinas, que tu obra es de calidad, bella, digna de respeto, salvo raras excepciones.   

Finalmente, si eres un escritor que se regodea y alardea con la crítica favorable, debes, con el mismo espíritu, en aras de no mellar tu dignidad y coherencia, o por simple simetría, ser propenso a la crítica adversa; no te queda más que torearla con sabiduría y elegancia.

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