Escribe: Jorge Tume
No pongas esa cara, Changuito. Tu carro es más hermoso que el de los demás. Esos niños no son malos –ningún niño es malo–, solo están felices haciendo malabares con sus juguetes nuevos. Y si no quieren jugar contigo es porque su alegría los tiene hipnotizados.
Perdónalos, Changuito. Claro que he visto toda la escena. Desde hace unos días veías como esos niños, que viven cerca a tu casa, estrenaban carritos, aviones, bicicletas. Y tú te acercaste con la esperanza de que te invitaran a jugar, aunque sea un ratito. Pero ellos ni te miraban. «Debe ser porque no tengo juguetes», pensaste.
Y en la noche, cuando tu papá llegó, le pediste que te comprara un carrito como los que tienen aquellos niños. Tu padre, con el rostro cansado y con un ligero brillo en los ojos –que tú no supiste interpretar– solo atinó a mirarte profundamente y a acariciarte la cabecita.
Cómo explicarte, Changuito, que tu papá por estas fechas sufre en silencio pues sus bolsillos son dos accesorios inservibles. Lo poco que gana cargando bultos ajenos, solo alcanza para que tu familia coma a medias. Y por eso te ha regalado ese carrito hecho con retazos de madera vieja y cartones olvidados. Pero es más hermoso que el de los otros niños.
¿Sabes por qué, Changuito? Porque ha sido hecho con sus propias manos y bautizado con sus copiosas lágrimas. Y si los otros niños se han reído de tu juguete y tampoco han querido jugar contigo, es porque no saben que tu padre, con ese juguete, también te ha regalado la mitad de su corazón.
No llores, Changuito, no llores. Papá Noel nunca llega a la casa de los pobres. Ese viejo rechoncho está matando el espíritu navideño. Pero te aseguro que algún día todos los niños del mundo tendrán juguetes nuevos. Algún día.