Escribe: Domingo Varas Loli
Por más esfuerzos que hago no recuerdo el momento exacto en que leí por primera vez la columna Piedra de Toque de Mario Vargas Llosa y caí rendido ante la hipnótica fuerza persuasiva de sus ideas, que resultaban inexpugnables, y la belleza de su forma. Todavía recuerdo con vívido entusiasmo “Una visita a Karl Marx”, “Carlos Fuentes en Londres”, “Buñuel, “Petit Pierre” o su “En un pueblo normando recordando a Paul Escobar”, entre otros artículos que no han sufrido el paso del tiempo y que son elogiados por discípulos agradecidos y lúcidos como el novelista español Javier Cercas.
Piedra de toque vio la luz el año 1956 en las páginas de Democracia, un periódico del Partido Demócrata Cristiano (PDC) de vida efímera, desapareció de escena y resucitó el año 1962 en las páginas del diario Expreso, luego continuó su singladura en la revista Caretas (1977) y adquirió su dimensión global en 1990 cuando se comenzó a publicar esta columna en el diario El País de España.
En Democracia escribió un puñado de artículos que reivindican la imagen del otro Vargas Llosa, el que se concebía a sí mismo como un aguafiestas, aceptaba la violencia como método legítimo de lucha política, reclamaba al Estado que defienda los intereses populares y fustigaba a la clase burguesa por la crisis endémica en el Perú. El que años más tarde, al recibir el premio Rómulo Gallegos, pronunció el subversivo discurso “La literatura es fuego”.
Mario escribía durante la década de los años sesenta una prosa impregnada de indignación y poesía. Las huellas de sus tomas de posición, sus cambios ideológicos y las flagrantes contradicciones de un pensador que no teme reflexionar al pie de un volcán han quedado registradas en Piedra de toque, calificadas por el autor de La guerra del fin del mundo como su “autobiografía intelectual”.
Ha transcurrido un año desde que mario vargas llosa anunció su retiro y como lector asiduo de sus colaboraciones periodísticas las comienzo a echar de menos.
El novelista peruano ha confesado que a su actividad periodística le ha prestado la misma dedicación y talento que a lo mejor de su prosa narrativa. Así como Flaubert y Faulkner fueron sus paradigmas en la creación literaria, en el periodismo siempre quiso emular a Ortega y Gasset y a Jean Francois Revel.
Antes de sentarse a escribir sus columnas lleva a cabo lo que Flaubert llama el “rumiado” del tema para descubrir su mejor enfoque, su tono y el punto de vista. La redacción de cada una de sus piedras de toque le cuesta un esfuerzo similar al de su prosa de ficción. “… un esfuerzo enorme que me mantenía por lo general sentado a la máquina de escribir todo el santo día”. Su aguzado sentido del deber y su manía perfeccionista lo obligaban a escribir varios borradores antes de dar con la versión final. Y, finalmente, envíaba el borrador del artículo a tres amigos para hacer una suerte de control de calidad.
Debido a su frágil estado de salud en octubre del año pasado anunció su retiro de la literatura tras presentar su última novela Le dedico mi silencio y un mes después el fin de Piedra de toque. Desde entonces se encuentra instalado en sus cuarteles de invierno, gozando de la lectura y la relectura y escribiendo en los intersticios de lucidez. Ha prometido a sus lectores concluir un ensayo sobre Jean Paul Sartre como legado final.
Ha transcurrido un año desde que anunció su retiro y como lector asiduo de sus colaboraciones periodísticas las comienzo a echar de menos. Cuando compro la edición dominical del diario El País y busco en vano en la sección editorial el texto que me ayudaba a situarme mejor en el mundo siento nostalgia y una cierta orfandad intelectual. Mario Vargas Llosa no solo trató de comprender el espíritu de su época, sino que en su larga trayectoria nos iluminó y orientó en medio de la jungla informativa que nos asedia cada día.