Escribe: Jorge Tume
Ya ha quedado claro que doña Dina Boluarte, para mantener lo que ella cree que es su gobierno, necesita una sola cosa: cortinas de humo. Tanto, que si pudiera adquirirlas en Tacora, no dudaría en vender sus relojes para hacerlo.
Mucho le gusta el humo que, estoy seguro, los incendios forestales le cayeron como ceviche a borracho. Vinieron a salvarla de la más grande vergüenza que haya tenido un presidente de la República: rendirle honores a un muerto que ya olía mal antes de expirar. Y no por amor al difunto, sino por complacer a la que realmente es una de las más gruesas vigas que sostiene la quincha de su calamitoso gobierno: Keiko Fujimori.
Mientras el Perú miraba en directo y a colores el velorio de doña Dina (porque el otro era un acto político), una noticia vino a sacarnos de nuestras casillas: incendios en diversas partes del Perú, como si el infierno se abriera para rendirle un último homenaje a Fujimori. Pero, en vez de que la dama de los Rolex aprovechara para hacer, por fin, algo, la vino a joder otra vez. “No necesito tus lágrimas”, le dijo a un periodista, y la gente nuevamente se indignó.
Y mientras las llamas le lamían el rostro reconstruido, ahí nomás vino el escándalo de ese otro infierno llamado Cerrón. Resulta que se confirmó que el prófugo menos buscado del mundo usó el carro presidencial para fugar de la madriguera en la que estaba escondido. ¡Qué vergüenza y desgracia para el gobierno!
Cierro mis ojos e imagino a la susodicha, arrodillada al pie de su cama, con el traje de viuda negra que usó para asustar al Papa, clamando a los cielos ¡una cortinita de humo, por favor! Pero una más letal, que sea capaz de adormecer a ese peruano que llora por un gol en contra, pero no por la destrucción de su país. Y los dioses se apiadaron de la amiguita de Oscorima. Del cielo cayó Chibolín.
«Resulta que se confirmó que el prófugo menos buscado del mundo usó el carro presidencial para fugar de la madriguera en la que estaba escondido».
En el Perú, cuando un pez gordo cae en desgracia es porque: 1. Sus compinches ya no lo necesitan. 2. Ha chocado con alguno de sus compinches. 3. Su caso es tan irremediable que apesta. 4. La corrupción mayor necesita una cortina de humo.
El caso de Andrés Hurtado, conocido por el vulgo como Chibolín, tiene todos los elementos que el peruano chismoso exige: farándula, escándalo, lujos, amigos de alto vuelo, periodistas en la sombra y, de yapa, el “Oreja” Flores, o sea el fútbol nuestro de cada día.
«Que se mueran mis tres hijas si es que yo te miento», dijo Chibolín ante un escandalizado Beto Ortiz, cuando se le preguntó por sus nexos con la política y el crimen.
Lo cierto es que a Hurtado se le acabó la payasada y ya está en chirona. Aunque queda la duda de por qué cayó, pues su caso tiene sospechas de minería ilegal, narcotráfico, tráfico de influencias. Esas son cosas mayores. Y no olvidemos que muchos políticos zarrapastrosos desfilaron por su programa para lavar su imagen. Hay, también, jueces y periodistas en la telaraña. Aunque parezca increíble, eso puede ser su salvación. Ya sabemos que cuando los de arriba tiemblan, mueven sus fichas para salvarse. La cortina de humo, si es que así fuera, le puede salir cara a doña Dina y a sus nuevos amigos.